El ‘Barrio Chino’ en Cochabamba y los ‘Cachivachis’ en Santa Cruz son los espacios donde los objetos que no tienen factura, ni garantía se comercializan sin control; donde lo robado y lo ilegal tienen cabida

28 de septiembre de 2020, 9:52 AM
28 de septiembre de 2020, 9:52 AM

Los mercados negros, aquellos espacios donde se comercializa lo usado y lo que fue producto de un asalto o un robo, al parecer, no sintieron ningún impacto negativo por la cuarentena que vive el país debido al coronavirus. Por el contrario, lucen más visitados que antes y con más objetos, de dudosa procedencia, aunque también abundan los clientes que los compran.

EL DEBER recorrió dos de estos puntos, en Santa Cruz y en Cochabamba. En el caso cruceño el lugar es conocido como ‘Los Cachivachis’, una cuadra llena de gente y de pequeños puestos apostados entre la acera y la vía, sobre la calle Campero y, algunos metros más adelante, de la calle 6 de Agosto.

En suelo cochabambino el lugar se llama ‘Barrio Chino’, espacio no mayor a una cuadra, pero donde se puede encontrar desde un teléfono celular de alta gama, hasta una garrafa de gas.

En ambas urbes, que forman parte del eje central, es sabido  que en estos espacios reinan los ‘albertos’, que en términos policiales serían los receptores de los objetos robados y se encargan de comercializar lo que fue sustraído de una casa, de un negocio o arrebatando la cartera de alguna persona que caminaba distraída.

Se hicieron, en ambas capitales, diversos y aparatosos operativos con la intención de controlar este negocio, ya que los policías saben que gran parte de los robos en las calles o en las casas terminan siendo parte del inventario de objetos que se ofrecen en estos sitios.

Sin embargo, hasta ahora las cosas no han cambiado y los que ofrecen y los que encargan compras, siguen tejiendo sus ilícitos negocios a la vista y paciencia de la comunidad.

Días para el encargo

Recorrer el estrecho camino entre  la principal vía de acceso al Barrio Chino es una aventura que se debe vivir con los ojos bien abiertos y los oídos ‘afilados’.

De pronto cuando uno ingresa a la tierra de los vendedores de este sector del mercado La Pampa, lo primero que le consultan al ocasional cliente es si viene a comprar o a vender algo. Dependiendo de la respuesta comenzarán las ofertas y una de ellas, llamó atención de forma muy particular.

Un hombre nos dijo que si teníamos algún pedido especial nos dirijamos a una caseta en particular y allí el responsable del espacio dijo: “Aquí los sábados y los domingos por la mañana son los días claves para comprar, por que los viernes y sábados salimos a trabajar en la noche”.

Curiosa confesión de un hombre que, luego de lo señalado, solo atina a reírse por su franqueza e inmediatamente ofrece un combo, una oferta comercial del Barrio Chino, ya que nos muestra un equipo celular que en cualquier otro sitio costaría fácilmente Bs 1.500, pero que en este punto de Cochabamba su valor se aproxima a los Bs 900, incluyendo el desbloqueo del equipo y la habilitación rápida de una línea de teléfono.

Algunos investigadores de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (Felcc) cochabambina afirman que el número de robos de bicicletas se incrementó durante la pandemia y de igual forma la oferta en sitios como el Barrio Chino, aunque no hay un dato oficial que de fe de esto.

Los agentes afirman que ni durante el confinamiento por el Covid-19 este negocio dejó de operar, ya que el movimiento de los delincuentes que llegan con sus cosas robadas en busca de compradores, seguía siendo constante.

Qué teléfono celular quieres, aquí te lo consigo, dime cuánto tienes para comprar y vemos que ‘celu’ te puedo vender”, propuso enfático un sujeto que tenía en sus manos varios teléfonos y que al parecer se había dado cuenta que nuestro recorrido no era para comprar, ni vender, era para constatar que la venta de lo robado sigue siendo un negocio que, como lo dice la Policía, incita a la ejecución de hechos delictivos.

El mundo de las mochilas

A primera vista en los ‘cachis’ cruceños en cuarentena flexible, el escenario de la calle Campero parece no conocer de coronavirus, mucho menos de medidas de bioseguridad. Sin embargo, cuando se deambula por el lugar, los barbijos mandan, al mismo tiempo que las miradas que se mezclan entre amenazantes, desconfiadas y perdidas.

Casi todos cargan pequeñas y medianas mochilas, lo que llevan en su interior es un misterio, hasta que alguien saca de su interior un celular, una gorra o un control de televisión plasma y lo ofrece.

La vía para que los vehículos circulen es cada vez más estrecha, por lo tanto, los vendedores tienen más espacio para comerciar lo de dudosa procedencia. Lejos está la imagen de militares evitando que se asienten los ‘cachivacheros’, que ahora ponen letreros llamativos para avisar que compran celulares, relojes, oro y plata, todo a precios que luego duplicarán al interesado.

No hay presencia policial, ni de gendarmes municipales. Aquí solo vale la ley de quienes, desde hace años, ocupan este espacio para vender lo ilícito, deambular borracho o incluso consumir droga sin que nadie haga ni diga nada.