Una vida marcada por el trabajo, venciendo acoso, maltrato y discriminación; sinsabores que no diezmaron su deseo de superación

21 de julio de 2021, 8:39 AM
21 de julio de 2021, 8:39 AM

Caminaba 1½ km cada sábado, en horas de la madrugada, sin importar el clima ni la oscuridad de la noche, desde el barrio El Carmen hasta la carretera, para tomar un trufi hacia la ciudad. Se matriculó en el Ceince, un centro de educación especializado en la formación de profesionales en el área de la salud; para formarse en la carrera de Enfermería que había elegido luego de muchas travesías.


Melania Martínez tiene 38 años, nació en Monteagudo, capital de la provincia de Hernando Siles, Chuquisaca; su madre fue Serafina Martínez (+), a su padre no lo conoció; tiene seis hermanos, dos con capacidades diferentes. 


“Cuando yo tenía 14 años, mi madre se vino a vivir a Zanja Honda, en el municipio de Cabezas, con un marido ebrio que la maltrataba. Me puse a trabajar para ayudar a mi madre y a mis hermanos; y un día el hombre de la casa donde ayudaba en el quehacer me dijo que mi madre me había vendido a él. Al día siguiente me escapé, escapé a una comunidad que se llama Porvenir 85, me escondí trabajando con unas personas que me acogieron. Al poco tiempo decidí regresar a mi pueblo, salí a la carretera y tomé un autobús de rumbo a Monteagudo”, cuenta con timidez y a la vez con la certeza de haber superado esa triste etapa.


Una mano amiga

Era una jovencita de casi 15 años, con un cuerpo menudito y 1.55 de estatura, que se buscaba la vida entre abusos y lágrimas, pero siempre con entereza. La vida le puso en su camino a un sacerdote que la condujo hasta el internado de religiosas, en Monteagudo. Ahí permaneció por cuatro años.


Al cumplir sus 19, un 21 de octubre, tomó otra decisión importante, regresó a buscar a su madre. Al llegar a esa localidad, se llenó de pesar al verla enferma y maltratada por su marido. Ella con el temor permanente de las acechanzas de ese mal hombre, se dedicó a trabajar en un hogar en la ciudad, para ayudar a Serafina en sus últimos días, quien falleció de Chagas. 


Melania continuó en Santa Cruz, pagando con su trabajo a la familia que la ayudó en el tratamiento de su madre, mientras tanto, seguía capacitándose, cursos de una y otra cosa, con el sueño de proseguir estudios superiores. En esas idas y venidas al pueblo donde vivían sus hermanos, se encontró con el párroco de Cabezas, Roberto Thames, quien construía un colegio e internado en la capital de la sección, y al conocer su historia, la invitó a integrarse al equipo de trabajadores de la obra educativa.


Otra oportunidad

En el internado el Carmen, trabajó en la cocina, donde aprendió a elaborar recetas de comida vegana, porque en ese lugar no se utiliza carnes, por instrucción del fundador, que asegura que a él lo curaron de cáncer con alimentos vegetarianos. Melania llegó a gobernar la cocina, pero luego fue removida al área de medicina tradicional.


Se sumergió en las hierbas y preparados, mientras despertó en ella el deseo de dedicarse al sector salud, aprendió hacer masajes descontracturantes, reflexología podal y otras técnicas de fisioterapia. Se capacitó con unos profesionales que impartían clases en el mismo lugar, invitados por Thames.


Por el mismo tiempo, rescató a su hermanito menor, con Síndrome de Down, del abandono en el que se encontraba y posteriormente lo llevó a un internado para personas especiales, que se encuentra en San Antonio de Charagua. En ese lugar, por casualidad del destino encontró a una hermana mayor, que también tiene capacidades diferentes, la reconoció, lograron comunicarse y se sintieron felices de reunirse. Desde entonces, Melania se hizo cargo de sus dos hermanos, pagando las mensualidades y sacándolos del lugar en las vacaciones.


Su gran sueño

Melania quería estudiar más, leía muchos libros de medicina, los que caían a sus manos. Atendía a los vecinos de Cabezas con sus conocimientos sobre medicina natural y fisioterapia. Los diabéticos, hipertensos y personas de la tercera edad, eran sus amigos y pacientes. Ella los atendía con dedicación, sin pensar en la hora, ni en el día.


Constantemente era animada por el párroco para que acuda a la ciudad a estudiar y se forme como enfermera. Alguna vez llegó a soñar con ser médico, eran palabras mayores, ella debía trabajar para sostenerse y a sus dos hermanos. Actualmente, el menor es atendido por sus otros hermanos varones y Melania vive con la mayor, son compañeras como siempre. Alquila un pequeño cuarto, a pocas cuadras del hospital donde ella trabaja.


Otra vez una decisión que marcó su vida. Se matriculó en el Ceince y comenzó a pasar clases los fines de semana, sin descuidar su trabajo en el Centro de medicina natural El Carmen, en Cabezas. Fueron dos años de trajinar sin cansarse, hasta que se graduó y presentó sus papeles a la Alcaldía para que la consideren con un ítem en salud. Así, dejó el internado tras 12 años de aprendizaje.



Melania hoy trabaja en el Centro de Salud Materno Infantil Francisco Mora, en la localidad del mismo nombre, ubicada a 80 km de la capital cruceña. Por la pandemia los turnos son de 30 horas, cada cuatro días. Como auxiliar de enfermería se desempeña en lo que siempre soñó, en ayudar a los más necesitados. Se ha enfrentado al Covid-19 sin temor, mientras sonríe con sus ojos pequeñitos detrás del barbijo quirúrgico.


Y sigue soñando, ahora con un ítem del Ministerio de Salud, eso le prodigará mayores beneficios y calidad de vida, para ella y su aparcera Nathali.


Melania se formó como fisioterapeuta y enfermera mientras trabajaba en labores del hogar y como cocinera en un centro educativo en el área rural