Muchos de los refugios de animales son regulados, pero la mayoría coincide en que la ayuda es casi nula. Con los incendios y la pandemia, la situación se dificulta más

24 de octubre de 2020, 13:57 PM
24 de octubre de 2020, 13:57 PM

En la letra, están amparados como patrimonio natural del Estado. A la hora del desembolso de recursos, las políticas preventivas en cuanto a la fauna silvestre son inexistentes, concuerdan los voluntarios rescatistas y administradores de albergues, refugios, santuarios y centros de custodia.

Uno de los más grandes del país debe ser Senda Verde, con 15 años de existencia, ubicado en los Yungas de La Paz, que acoge a 800 animales, desde jaguares y osos hasta monos, reptiles y aves, y que requiere Bs 140 mil al mes para su funcionamiento.

Fidel Fernández, veterinario senior de Senda Verde, explica que, resultado del tráfico de vida silvestre y de la ampliación de la frontera agrícola, los animales continúan llegando, independientemente de que la situación del refugio sea crítica.

“No existe ningún ingreso fijo de parte de lo público, hemos intentado porque custodiamos un recurso que es considerado patrimonio del Estado, como manda la Constitución Política del Estado. Estamos fiscalizados, pero en tema de recursos lo ideal es que nos dieran algo para la alimentación, sería un alivio tremendo”, sostuvo.

Antes de la pandemia, Senda Verde recibía ingreso por las visitas, pero desde hace ocho meses los encargados se mueven para lograr aportes voluntarios, que no llegan a la velocidad de los animales.

Neida Buddelmann no quiere saber del Estado, ni en la instancia nacional, departamental o municipal. Tiene un refugio en Puerto Quijarro, donde llevan animales lesionados por el fuego, por fracturas, etc. Ha rescatado jaguares, celotes, pumas, gato gris, urinas, que hoy están libres.

“Yo vivo a orillas del Pantanal, acá no hay jaulas, solo una para protegerlos de otros animales cuando están lesionados, el resto anda suelto. Ahí atendieron a la osa Valentina y el tucán Tuki Tuki.

Su agrupación, denominada Guardianes del Pantanal, no solo rescata animales, también trabaja en la mitigación de los incendios, y, según Buddelmann, ha sufrido incluso agresiones por la labor.

“Nosotros hicimos la denuncia por Tuki tuki, amenazaron con echarnos ácido, me quemaron el refugio porque es una familia grande la de los denunciados”, compartió. También le han disparado, le quebraron la nariz y un diente. “Vivimos en eterna pelea con los cazadores”, lamentó.

Según Buddelmann, tras que se apresó al autor de la muerte de Tuki Tuki, le llegaron en avalancha una serie de tucanes lesionados.





Al ver la gente que matar o lastimar a un animal tiene cárcel, comenzó el pánico y entregaron a los que tenían”, contó.

Guardianes del Pantanal recibe animales, pero no ayuda, y tampoco la quieren. “Del Estado tengo decepción total porque para ellos es negocio ver quemarse la vegetación. Nunca nos han dado nada, ni para incendios, ha salido de nuestro bolsillo, con nuestros propios recursos. Vendemos abono, estropajo, hierbas medicinales, lo que nos da el monte. Y hacemos actividades de recaudación, vendemos masitas típicas, así nos mantenemos”, indicó.

En el caso de Tuki Tuki, solo en transporte, Buddelmann dice que gastaron como Bs 2.500. “Para nosotros que somos rescatistas es un monto alto”, explicó.

Algunos de los animales en su poder han sido tan humanizados que es imposible reinsertarlos, por eso, para que un par de chanchos pueda alimentarse, Buddelmann tuvo que plantar media hectárea de amarra-pinto, hasta que después de un año aprendieron a comer.

Nos costó horrores. Lo más grave es un animal al que humanizan. Una de las chanchas es monstruosamente grande, con colmillos enormes, la criaron como hija y al verla crecer la metieron en un chiquero de un metro. Si la soltamos la matan, ella no va para el monte porque si se va termina en el pueblo y la apalean”, dijo.

El 90% de los animales que la gente lleva a su refugio es víctima de los incendios, y otro tanto de agresiones. Lamenta que muchos de ellos lleguen agonizando, como un mono negro que, escapando del fuego, entró al pueblo y cayó en los colmillos de dos pitbull. “Lo descuartizaron. Con cada animal que muere yo me extingo”, se entristeció.

Otra triste historia fue la de una capibara a la que cortaron la cabeza y la dejaron colgando en un árbol. “Sé que encontraré al responsable, tarde o temprano, el ser humano puede ser tan perverso”, reflexionó.

En el centro de custodia Afasi hay 320 animales, y en unos días llegarán siete más. Mantener el lugar sale como Bs 40 mil, entre la comida y los sueldos.

Estos días, Mónica Prado Jarsún, la cofundadora, anda desesperada, tratando de conseguir carne para los felinos.

Dice que en los 12 años del refugio, solo ha recibido ayuda dos veces. La primera fue el año pasado, de Raúl Rojas, del Ministerio de Medio Ambiente, y hace ocho años, Bs 2.000 de parte de la Gobernación cruceña, que organizó una carrera pedestre para recaudar fondos con ese fin.

No recibimos ayuda a pesar de que se llenan la boca diciendo que los animales son patrimonio de Bolivia”, cuestionó Prado, quien además no tiene ingresos por visitas, ya que su centro está bajo la figura de santuario.





Alicia Tejada no pensaba terminar en esta labor de rescatista, pero la falta de personal especializado y de recursos de todo tipo la obligó a sumarse al ejército de voluntarios.

En su propiedad en Guarayos brinda primeros auxilios a los animales heridos por el fuego y víctimas del tráfico. El lugar se ha convertido en un santuario de la vida silvestre. La idea es reinsertarlos, pero algunos se niegan a irse, como le ocurre con los monos, que ya están entre los 500 y 1.000. También hay parabas y loros. “Los animales aquí andan sueltos”, dice.

Tejada agradece la posibilidad de hacer alianzas con otros voluntarios. “Los Guardianes del Pantanal vendrán a ayudarnos, y más adelante nosotros iremos para colaborarles a ellos”, informó.

Para Tejada, aunque exista mucha voluntad, en el tema de la fauna silvestre, todavía el país está en pañales.

“Hay un marco legal muy fuerte, hace dos años me buscaron para que constituya en refugio lo que tengo acá, pero por mi condición económica en ese momento no podía porque tienen exigencias muy fuertes, debía tener veterinario, medicinas, dar cuentas por cada animal que llega, cierta infraestructura, etc.”, dijo. Sin embargo, celebra que de algún modo este año se pisó tierra con el tema de los animales, “es crucial afrontarlo y con las capacidades que existan”.

Para ella, es dramático que haya más jaulas que políticas de reinserción. “Empecé a sembrar tres hectáreas de frutales para que los animales tengan agua y alimentos, pero libres. Como no hay apoyo estatal lo que uno hace es muy limitado, conforme entran ingresos. En los pueblos hay que trabajar mucho”, dijo.

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