Opinión

0tra jocha de la cuarentena

31 de octubre de 2020, 5:00 AM
31 de octubre de 2020, 5:00 AM

El cierre de la librería era como la “crónica de una muerte anunciada”, algo que su propietario esperaba que ocurriera en cualquier momento, debido a la crisis económica imperante, pero, sobre todo, por la competencia desleal de la ‘piratería’ ejercida en las calles y tolerada por las autoridades municipales que nada hacen para combatirla. En cambio, son por demás eficientes para acosar a la actividad legalmente empadronada con sobrecargas impositivas, como si la venta de libros fuera jauja o el cuerno de la abundancia. ¿Qué todos tienen derecho al trabajo?!Claro que sí!, pero la ley debe ser pareja.

Me enteré de la mala noticia por un amigo que, con voz entrecortada, me dijo: “Peter está cerrando su librería, está liquidando a precio de baratillo sus libros, y algunos los está regalando”. Desde que recibí la noticia al promediar la tarde, me fue imposible borrarla de mi cabeza, y con ella, martillándome incesante, traté de conciliar el sueño ya avanzada la media noche. En la vigilia que sobrevino, porque definitivamente seguí pensando en la noticia, recordé la escena montada por los grandes agropecuarios (considerados ‘barones del Oriente’), que regalaban sus productos en la plaza de armas, presionando con dicha medida al papá Estado para que no les cortara la subvención del diésel y/o para que levante la prohibición de exportar y otras prebendas, cosa que mi amigo Peter, ni apoyado por su gremio podía haber logrado, por la sencilla razón que no son un grupo de choque, y porque la soya y la caña de azúcar no armonizan con la cultura.

Al día siguiente, rompiendo el confinamiento impuesto, llegué hasta la librería que se hallaba con la puerta entreabierta como señal de que no había atención al público, y cuando ingresé, pude ver algunos clientes que revisaban los anaqueles semi vacíos, porque mi amigo Peter, había comenzado días atrás el proceso de liquidación. Saludé a mi amigo, al que no veía desde que la pandemia comenzó con sus ‘jochas’, y también a su esposa que lo acompaña en este amargo trance, y le exterioricé mi solidaridad por si de algo servía, que lo dudo, porque, para las grandes tragedias no hay paño de lágrimas que valga. “Los grandes dolores-decía un autor-, no son lacrimógenos. Cuando uno está destrozado no llora, sangra”.

Conversamos brevemente y me puso al tanto de su decisión que ponía fin a una actividad cultural a la que había consagrado media vida y tal era la razón para que hubiera retrasado varias veces la llegada del desenlace irreversible. “La cuarentena me dio el golpe de gracia-me dijo-, durante más de seis largos meses la librería estuvo cerrada sin generar ningún ingreso y con la obligación de cumplir con el pago de alquileres por el local. Así que opté por convertir el cierre provisional en cierre definitivo”. Quise comprarle dos libros, pero se opuso rotundamente. “Si estoy regalando libros a gente extraña, por qué no a vos que sos mi amigo”, y sin más los depositó en mis manos sin darme lugar a reaccionar. Tuve que despedirme para no atrasar la venta, toda vez que la gente seguía llegando para acabar con los despojos lo más pronto posible. Yo me pregunto: ¿Por qué no llegaron antes con el mismo entusiasmo?

Una vez en la calle volví a recordar aquella frase, eterna al parecer, del escritor Tristán Marof, pronunciada décadas atrás y que decía: “En Bolivia no hay escritores y lo que es peor, no hay lectores. Escribir es dedicarse al peor de los oficios porque no produce más que insatisfacciones”. Confirmado: la librería “LewisLibros”, la más antigua y selecta de la ciudad ha cerrado sus puertas y los bibliómanos estamos amargados, y lo sentimos por Peter y su señora. Pero le auguramos un gran porvenir porque nos consta que no ha perdido los ánimos y pronto nos sorprenderá con nuevos emprendimientos, porque los luchadores como él no bajan la guardia ni los jubila una pandemia pasajera. Peter Lewi es un intelectual de nota y obtuvo su consagración como escritor con su novela Casa Superior escrita siendo estudiante de la UGRM, y publicada antes del golpe de Banzer, enemigo se la intelectualidad al igual que su mentor Goebels, que cerró las universidades del país.

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