18 de febrero de 2021, 5:00 AM
18 de febrero de 2021, 5:00 AM


La pandemia ha golpeado a la educación, eso ya lo sabemos; sin embargo, ahora también la alternativa educativa de clases virtuales ha comenzado a mostrar una faceta que no se midió a cabalidad: las familias numerosas y de escasos recursos no pueden dar educación a sus hijos porque no tienen cuatro o cinco computadoras o celulares en casa.

Esa constatación está recogida en una nota periodística de EL DEBER que relata la historia de tres familias cruceñas. Después de leerlas, queda una sensación de frustración, impotencia y hasta ganas de llorar.

En el ‘año de la recuperación de la educación’, así bautizado oficialmente no sin cierto aire de demagogia, ninguno de los tres hijos de María Fernanda Camacho, vecina del barrio Ambrosio Villarroel en Santa Cruz, ha iniciado las clases virtuales, pese a que estas comenzaron hace dos semanas, porque el único celular de la casa lo utiliza la madre para recibir el requerimiento de sus servicios de limpieza durante las mañanas. En esas horas en que ella trabaja y utiliza el celular para ganar unos pesos para el sustento de la familia, sus hijos debieran estar pasando clases.

Después de hablar con la maestra de uno de ellos, logró que la profesora le mande las tareas de su hijo de primero de primaria que ella descarga en la mañana cuando hay wifi en el lugar de trabajo, que es distinto cada día.

El segundo hijo va al colegio a recoger físicamente los trabajos prácticos impresos y la tercera aún no pasó ninguna clase por falta de teléfono o computadora.

En el caso de la familia de Gabriela Ander, también en Santa Cruz, hay cinco hijos en edad escolar en la casa, pero solo hay teléfono celular para uno de ellos, y como las clases son todas por la mañana, entonces se turnan por horas entre hermanos: así, mientras uno pasa clases, los otros cuatro se perjudican y faltan forzosamente a las lecciones.

También se relata el caso de otra familia donde gracias a un vecino del mismo curso un niño de la casa puede compartir el mismo celular para pasar clases, mientras otros dos hermanos se turnan por día el uso del único celular de la casa para pasar clases y les cuesta al menos Bs 10 diarios por el consumo de su plan de datos que compran bajo el sistema prepago.

Como esos tres casos, el drama se multiplica por miles de familias en todo el país, donde las clases virtuales no son viables para ellos. Pero incluso quienes tienen algunos dispositivos móviles en la casa enfrentan el problema de la conexión porque no pueden pagar diariamente los planes de las telefónicas para comprar datos que les permitan acceder a las plataformas. Las familias más desprotegidas no acceden a las conexiones wifi porque para ellos primero están las necesidades básicas de alimentación y los recursos no les alcanzan para contratar un servicio inalámbrico.

Así están las cosas en el ‘año de la recuperación de la educación’, y cuando pensábamos que el Estado desaprovechó la bonanza económica de los últimos 15 años y no hizo nada para mejorar el sistema de salud que permitiera dar mejor batalla al Covid-19, hoy descubrimos que tampoco se pensó en la educación ni la necesidad de dotar a los más pobres de conexiones a internet que les permitan acortar la brecha con los más pudientes.

Esos tres dramas recogidos por este medio ocurren en la ciudad de Santa Cruz, la que tiene los mejores índices de desarrollo humano del país. Imaginemos ahora cómo es la situación de las familias más afligidas por los ingresos en otras ciudades del país. Y directamente mejor no pensar en la situación de los niños en provincias y las áreas rurales. De esto hablábamos líneas arriba cuando mencionábamos que hay historias que son para llorar.



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