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5 de abril de 2024, 4:00 AM
5 de abril de 2024, 4:00 AM

Tradicionalmente, el verbo normalizar se ha empleado para poner las cosas en orden y devolver a su cauce todo aquello que estaba saliendo de los parámetros comúnmente establecidos. Sin embargo, en los últimos años la palabra normalizar también ha adquirido una connotación distinta y se la utiliza también para referirse a acontecimientos, tendencias y situaciones que sí o sí deberían ser corregidas o eliminadas.​

En ese contexto, en Bolivia hay varias cosas se han “normalizado”; por ejemplo: la corrupción en las instituciones públicas, las violaciones a la Constitución, las inconductas parlamentarias, la impunidad del contrabando y el poder del narcotráfico.

Hace algunos años el descubrimiento de cuantiosos cargamentos de droga hubiera provocado verdaderas crisis políticas, con investigaciones parlamentarias e incluso las renuncias de altas autoridades políticas o policiales; pero ahora ocurre todo y no pasa nada.

En los últimos 120 días se han decomisado 15,9 toneladas de cocaína en dos operativos realizados en el paso fronterizo entre Bolivia y Chile, en el departamento de Oruro. Primero fueron 8,7 toneladas camufladas en un cargamento de madera y, tres meses después, 7,2 toneladas en un cargamento de chatarra; producto que pasaría por puertos chilenos para llegar al mercado europeo en el puerto de Amberes, Bélgica.

Los operativos fueron posibles gracias a la alerta enviada desde Europa donde se lograron incautaciones similares, y pese a la gravedad de los hechos en Bolivia todo siguió como si nada hubiera pasado.  Es más, las autoridades nacionales cantaron victoria como si se tratase de grandes logros en la lucha contra el narcotráfico cuando la realidad es que las mafias internacionales han encontrado en el altiplano una nueva ruta para su turbio negocio.

Similar realidad es la que se vive en la región del Chaco, territorio compartido entre Bolivia, Argentina y Paraguay que se ha convertido en zona roja del narcotráfico. En el lado boliviano se asentaron grupos criminales extranjeros que operan con clanes familiares nacionales, según reportes oficiales.

Las mafias operan en ríos y carreteras aprovechando el escaso control policial y la presencia de mafias organizadas sobre todo en territorio brasileño donde el Comando Vermelho y el PCC ejercen cierto control territorial.

En la zona se han multiplicado los vuelos de avionetas cargadas de droga. Algunas llegan a destino para que su millonaria mercadería llegue a los mercados de Argentina, Brasil o Europa,  y otras reportan problemas técnicos, se precipitan a tierra y pierden su carga.

Nada de esto ocurría hace algunos años, pero ahora todo es “normal” y a ello se debe sumar la actitud de las autoridades que se ufanan de decir que ahora sí hay lucha contra las drogas y se afirma que en Bolivia no se capturan peces gordos, sino ballenas del narcotráfico.

No hay mérito alguno en cantar victoria por los hallazgos de droga, ni por la destrucción de decenas de fábricas de droga que se han encontrado principalmente en el trópico cochabambino; no hay victoria en anunciar pomposamente la desarticulación de la organización de Sebastián Marset cuando uno de los narcos más buscados de la región escapó de Bolivia y se dio el lujo de aparecer en redes sociales para burlarse del Gobierno.

No hay logro alguno en encontrar muertos a ciudadanos que estaban secuestrados y cuyos decesos obedecen a ajustes de cuentas entre grupos mafiosos, y lo peor de todo es que en el Gobierno y en la sociedad en su conjunto se habla de estos hechos como si fueran cosas “normales”. Es algo muy parecido a haber perdido el norte y navegar a la deriva.

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