Alfredo Rodríguez plantea en el poema El retorno, “el fin de un ciclo; doloroso, pero necesario”, a través de una imagen que es leyenda: El carretón de la otra vida.

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14 de septiembre de 2019, 4:00 AM
14 de septiembre de 2019, 4:00 AM

Dentro de los significados simbólicos del fuego más reconocidos en todo el mundo está el de la purificación.

Creo que en la tragedia de los incendios forestales de la Chiquitania y el Pantanal no sólo se han incinerado dos millones de hectáreas y toda la biodiversidad allí contenida; aquí también se quema una etapa de la historia de Santa Cruz y de Bolivia signada por caudillos sectoriales y gremiales que no tuvieron la capacidad de construir un liderazgo que nos represente a todos, que construya un proyecto de país verdadero, integrador.

El retorno presagia el fin de un ciclo; doloroso, pero necesario.

El retorno

Allá viene, atestado, repleto,

como un torpedo,

flamígero, violento,

humeante, espléndido,

el carretón de la otra vida,

maloliente, negro;

atiborrado de otrora

escurridizos jausis y troperos,

ahora hinchados, igual que

los jaguares y meleros.

 

Va y viene de Chiquitos, el paraíso en llamas, el paraíso perdido.

¡Jía usa, jía usa!, apura el carretero a su yunta de bueyes malditos,

no hay tiempo, debe regresar esta misma noche a recoger tordos,

monos, petas, carachupas,

serpientes despavoridas,

ciervos inertes,

tucanes con mirada de espanto, tras arder en la tuja de la muerte.

 

Viene furioso el capitán de

aquella nave del más allá,

con las víctimas de la traición,

del fuego, de la ambición;

llora como nunca lo hizo en

Lazareto, viene muy amargau,

escupe maldiciones mientras

cruza las cenizas de Otuquis,

mientras se abre paso entre los sepulcros del Ñembi Guasú.

 

Avanza por Tucabaca y su carga se hace cada vez más pesada.

Es que además de bichos, debe alzar también los cadáveres

de toborochis, morados,

centenarios cusis,

ambaibos y tajibos.

Tras su paso solo quedan sembradas miles de cruces de carbón

y un camba agónico que se cansó de esperar un surazo salvador.

 

Ruge el carretón por Aguas Calientes, por Santiago, por Chochís,

no hay tiempo para pascanas, la carga se amontona en Guarayos,

en las orillas del Noel Kempff, San Matías, San Ignacio, San Miguel,

las osamentas también

se acumulan en Concepción

y en San Rafael.

¡Tremenda faena! ¡No se salvó ni el Kaa Iyá! Todo ardió como papel.

¡Jia usa!, ¡Jia usa! Enloquecido, aquel jinete sabe, pese a todo,

que el sacrificio no quedará impune, el holocausto tendrá castigo;

debe apurar el paso, tarde o temprano también tendrá que recoger

a los autores del desastre, a los asesinos en serie, a los cobardes,

a quienes por tres tristes denarios entregarían hasta a sus madres.

Pagarán caro por tanto desprecio y soberbia, con fuego y azufre,

en una paila enorme, mientras la flora y la fauna bailan chobenas.

Desaparecer, ¿así nomás?,

¿de la noche a la mañana?,

¡sería un premio!

Por eso es que viene ese

carretero a toda mecha,

con su colepeji listingo,

a cobrar la factura final

de la brutal infamia.

¡Se los llevará a todingos!

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