Durante septiembre y octubre de 2017 el escritor José Andrés Sánchez participó del programa de Residencias para artistas de Kiosko Galería. Este libro es el resultado de esa experiencia

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14 de diciembre de 2019, 3:00 AM
14 de diciembre de 2019, 3:00 AM

JOSÉ ANDRÉS SÁNCHEZ - Escritor y periodista

Si bien mi herramienta de trabajo es la palabra, siempre me he sentido cercano a las artes visuales y a las nuevas tecnologías. Formo parte de una generación que durante la niñez y adolescencia conoció el teléfono analógico y el fax, la televisión en blanco y negro y las radios de transistores, los discos de vinilos, los videos musicales, las consolas de juego, el Atari y el Nintendo. 

Una generación que luego se asombró con el arribo de Internet, las cámaras digitales, las laptops, los blogs. Una generación que pasó de los encuentros en cafés y las conversaciones cara a cara, a interactuar, opinar, discutir y polemizar en las redes sociales. Una generación que, entre otras cosas, es el resultado de la revolución impactante de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación.

Una revolución similar ocurrió en las galerías de arte.

No soy historiador de arte. Mis conocimientos se basan en recuerdos, lecturas circunstanciales, experiencias de primera mano. En ese sentido, la Casa de la Cultura Raúl Otero Reiche ocupa parte importante de mi imaginario. Dentro de ese edificio vi –cuando aún era niño- los cuadros de Titto Kuramotto y Herminio Pedraza, las esculturas de Marcelo Callaú, las pinturas de Ejti Stih. En ese lugar me enamoré del arte.

Y luego todo cambió.

Una tarde de 1996, junto a un par de amigos, ingresé al Museo de Historia y Archivo Regional de la Universidad Gabriel René Moreno. Habíamos leído acerca de una enigmática exposición de arte contemporáneo, así que fuimos, asistimos. Teníamos quince años. 

No podría describir con exactitud lo que presencié, pero sí recuerdo claramente la emoción que me provocó. Vi ataúdes fosforescentes, habitaciones repletas de arena, hamacas gigantes y multicolores, espacios ilusorios. Se trató de ‘Artefacto’, la primera exposición de arte contemporáneo en la ciudad.

Durante los siguientes años visite muchas otras muestras. Entre 2005 y 2013 trabajé como periodista cultural y fui testigo de una especie de ‘época de oro’ del arte contemporáneo cruceño. Algo excitante se gestaba en las galerías y centros culturales, había espacio para jóvenes creadores y también para propuestas que se alejaban de la tradición moderna.

Muchos minimizan al arte contemporáneo. Yo los entiendo hasta cierto punto, pero en la mayoría de los casos, sus argumentos carecen de solidez. El arte contemporáneo es reflexión e interpelación. 

El artista contemporáneo utiliza técnicas y herramientas –digitales o tradicionales- para comunicar su mensaje, para profundizar en su discurso, para darle vida estética a su voz. Quien considere que la producción de arte se reduce a representar ‘belleza’ y ‘armonía’ a través del dibujo, la pintura o la cerámica, es alguien que aún no comprende el espíritu de ‘lo contemporáneo’.

A finales de 2016 apliqué al programa de Residencias para artistas de Kiosko Galería. Mi proyecto de investigación fue seleccionado. Entre septiembre y octubre de 2017 viví dentro de la galería, en una habitación del segundo piso. Fui partícipe del día a día de la oficina, asistí a los talleres y exposiciones; conversé con artistas, coleccionistas, investigadores, curadores. Describir la experiencia sin caer en lugares comunes es una tarea complicada. ¿Fue enriquecedora? Sí. ¿Excitante? Por supuesto.

¿Exigente? ¡Claro! Tanto así que caí enfermo ni bien salí. En síntesis: fue una oportunidad única y la aproveché al máximo de mis posibilidades. Investigué acerca de las obras de artistas contemporáneos bolivianos, desde finales del siglo XX hasta el presente.

Leí textos, artículos, ensayos, libros. El desarrollo del trabajo fue intuitivo y la colaboración de Rodrigo Rada fue clave. A partir de ciertas ideas-base surgió la propuesta de realizar entrevistas en profundidad, con el objetivo de profundizar en los procesos creativos de los artistas.

Una buena obra de arte contemporáneo apela a la capacidad imaginativa y sensitiva del espectador. A la vez esa misma obra guarda -muy dentro de sí- una parte del artista. No importa cuánto y de qué manera los artistas intenten despersonalizar sus obras, alejarse de ellas… Vida y arte no avanzan en caminos paralelos. Todo lo contrario. Vida y obra conversan, se enriquecen e influyen mutuamente.



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