Opinión

El voto

17 de octubre de 2019, 3:00 AM
17 de octubre de 2019, 3:00 AM

No existe arma más poderosa en la vida civil de un ciudadano que el voto. Solo puede no representar mucho, salvo que sea en elecciones reñidas en las que uno puede definir el resultado, pero, sumado a otros, tiene el poder de definir situaciones de interés público como, por ejemplo, quiénes serán nuestros próximos gobernantes.

Existe la creencia difundida de que un voto no hace la diferencia y, por ello, mucha gente prefiere no ir a votar. Craso error. Cuando los factores políticos no están del todo claros, un voto puede definir una elección, una situación, y ahí radica su valor.

Las encuestas, tan criticadas en los últimos años, demuestran que existe un alto porcentaje de indecisos, gente que no definió su voto y, por tanto, solo lo hará cuando esté frente a la papeleta electoral. Ese es un síntoma de falta de personalidad.

En una democracia ideal, el ciudadano define su voto en el momento en que se conoce a todas las candidaturas. Idealmente, cada candidatura debería informar, además, cuál es su programa de gobierno pero esa es un previsión que, por ahora, no forma parte de la normativa electoral.

Las normas electorales establecen un periodo para que las diferentes candidaturas persuadan a los votantes a votar por ellos. Se le llama “campaña electoral”, un periodo en el que, en lugar de explicar propuestas, candidaturas y candidatos se esfuerzan por destruir a sus rivales, sin importarles ideologías. Eso fue lo que vimos en la campaña que está a punto de terminar.

Los candidatos se esfuerzan por conquistar el voto de los indecisos y persuadir a los que ya decidieron de optar por otra alternativa. Si el ciudadano hubiera decidido su voto desde el principio, y asumido el propósito de no cambiarlo, pase lo que pase, haría inútiles no solo las campañas políticas sino, fundamentalmente, la guerra sucia.

El desprestigio al otro ha sido el denominador común de la campaña que termina. Si algún partido se esforzó por difundir sus propuestas, el esfuerzo fue tibio porque todos, sin excepción, recurrieron a la difamación. Triste carta de presentación para quienes pretenden ser los gobernantes de todos, no de unos cuantos.

Todo esto, incluida la campaña, se evitaría si los ciudadanos definieran su voto una vez que las candidaturas hayan sido oficializadas. Si así fuera, los políticos no se esforzarían tanto en convencernos y, al hacerlo, no incurrirían en la comisión de delitos como la injuria, difamación y calumnia.

La campaña que termina ha sido vergonzosa y todos los partidos, sin excepción alguna, cayeron en el insulto. Qué pena que ni siquiera tengamos derecho a un voto blanco sin consecuencias.



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