Son profesionales que se cansaron de la crisis en Venezuela. Sufrieron un calvario para llegar, pero están decididos a hacer otra vida en Bolivia

El Deber logo
13 de enero de 2019, 4:00 AM
13 de enero de 2019, 4:00 AM

La mayoría enfrentó un calvario antes de llegar a Bolivia. Miles de kilómetros recorridos con sus mochilas en buses, autos e incluso a pie. Experimentan un extraño alivio por dejar su conflictiva Venezuela y disfrutar la tranquilidad boliviana.

Son parte de uno de los éxodos humanos más importantes de las últimas décadas que ha llevado a más de tres millones de personas a dejar el país caribeño por razones políticas y económicas. Sus ojos se llenan de lágrimas cuando recuerdan lo mucho que han dejado atrás, pero pronto surge una sonrisa de esperanza por saber que otra vida puede ser posible en este país, también lleno de contradicciones. Bolivia les ofrece trabajo, fundamentalmente, un mínimo ingreso para una mejor alimentación, vivienda y pocos ahorros para enviar a los familiares que quedaron en su país de origen. Todos tienen visa de trabajo por dos años, un pasaporte para otra vida. Algunos tienen miedo. Vienen de un régimen de terror donde la disidencia se paga con el desempleo o el escarnio.

No quieren perder lo poco que han recuperado y hablan bajo identidad reservada. Es el caso de la abogada Esperanza Rodríguez (nombre ficticio), que salió de Venezuela hace seis meses, donde ganaba tres dólares mensuales en una entidad pública. Tiene 38 años y dos hijos, uno en Perú y otra que se quedó en Caracas con su mamá. Todo iba bien hasta que su nombre apareció en la Lista Tascón, aquella que se pronunciaba contra el chavismo. Sufrió persecución y acoso, hasta que no aguantó más. “Migré a Bolivia porque no está tan invadido de venezolanos, siento que es un país en desarrollo y hay muchas oportunidades de salir adelante y darle mejor calidad de vida a nuestros hijos; también antes de salir leí mucho sobre Bolivia, donde encontré mucha gente gentil y humilde”, afirma Esperanza. “Me vine sola, fue imposible sacar pasaporte para mi hija. Trabajo en una empresa en Santa Cruz donde hago proformas para contratos y los fines de semana en un local bailable, donde estoy encargada de los baños”, relata con orgullo. Esperanza asegura que son pocos los venezolanos que han optado por venir al país. “Bolivia no es muy deseada por el tema del presidente Evo Morales (que es afín a Nicolás Maduro y el chavismo), pero con seguridad le puedo decir que no toda la culpa es de sus gobernantes, sino de sus habitantes. Lamentable, eso pasa en Venezuela, todo lo quieren gratis, sin esfuerzo. Y si el Gobierno les ofrece miserias ahí se quedan”, asegura.

Mejor, en pareja
Henry Pimentel y Laura Pinto son ingenieros civiles y no ocultan su alegría por estar en Santa Cruz de la Sierra, una ciudad que les abrió las puertas a un presente, y quizás un futuro, que ni ellos mismos esperaban. Ambos tenían trabajo cuando dejaron Venezuela. Pero los ingresos no alcanzaban para nada. “Hace cinco meses que nos vinimos con Henry. Vimos que Bolivia nos ofrecía las mejores oportunidades porque nos informamos que la construcción está en crecimiento. La vivienda y la alimentación son muy asequibles. Fue una decisión de pareja”, señala Laura, que junto a Henry trabaja en una empresa inmobiliaria. 

“No fue una decisión fácil. Nunca había salido de mi país. Muchos se fueron a Brasil, Argentina, Perú y Chile. Nosotros nos jugamos por Bolivia”, indicó. Ambos tenían trabajo en empresas del Estado. Henry en Pdvsa y Laura en la empresa de aluminios Venalum. Tenían seguros de salud, pero los ingresos eran muy bajos.

“Si queríamos hacer una familia, iba a ser muy complicado, por eso decidimos venirnos”, afirmó Laura, que tiene 28 años y vivía en Ciudad Bolívar, en la región oriental de Venezuela. Laura resalta la solidaridad de la empresa en la que trabaja, que les ayudó –incluso– con los trámites para obtener la visa de trabajo por dos años.

Así como van las cosas, Laura y Henry creen que será posible, después, tramitar la residencia y, por qué no, la nacionalidad. Se quejan, sin embargo, de los altos costos que tienen los trá- mites en Migración. “Sentimos que sí podemos hacer una vida en Bolivia, sobre todo porque queremos ejercer como profesionales en nuestra carrera y aquí hay oportunidades para eso”, dice Laura. Henry cuenta que la decisión fue difícil porque él tenía un buen trabajo, aunque los ingresos eran bajos.

“Yo me enfoqué en Bolivia por un vecino que trabaja en una empresa petrolera y que me recomendó dos paí- ses: Canadá y Bolivia. Me extra- ñó Bolivia, porque no se la menciona mucho, así que investigué cómo estaba el país”. “Bolivia no es la tierra prometida, pero ofrece muchas oportunidades. Tiene un clima positivo, no solo por el trabajo profesional, sino por la calidad humana. La gente es muy hospitalaria y siempre están muy pendientes de uno”, dice Henry, que en febrero cumplió 34 años. “La situación en Venezuela era insostenible, no podíamos pagar el arreglo del auto ni los servicios básicos. Por la crisis, era pagar el condominio o comer, por lo que era imposible tener un gasto extra”. La situación de los migrantes venezolanos es desesperante. Miles salen hacia Colombia como pueden, incluso a pie, con destino a Ecuador y, de allí, a otros países. “Tenemos la esperanza de que Venezuela pueda cambiar. No será de la noche a la mañana, pero todo en el mundo cambia, así que ojalá sea en nuestro país”, afirmó.

El desafío de vivir fuera del país
Beatriz Bonilla es enfermera y lleva 10 meses en Bolivia. Tiene 26 años y cuenta con dolor cómo fue la decisión de dejar su país. “No elegí venirme, fue mi única opción. Tenía unos amigos venezolanos aquí y me ayudaron a tomar la decisión de migrar. No ha sido fácil, se sufre mucho estar fuera de tu país”.

Beatriz cuenta que, en Venezuela, el sueldo ya no le alcanzaba para nada. “Sin querer queriendo, me vine”. Ahora trabaja en un puesto de venta en un mall de Santa Cruz y siente que se abrió una puerta, incluso, para ayudar económicamente a su familia. “Les dije a mis padres que ya no daba más, que mi sueldo no alcanzaba para nada.

Mi padre es diabético y estando fuera del país yo podría ayudarlo. Así que me decidí y aquí estoy”. Fueron 11 días de viaje desde Cumaná, donde residía con su familia. Junto a su pareja se accidentaron ni bien salieron de Puerto Ordaz. Armaron un grupo de 20 venezolanos, la mayoría de los cuales iban a Brasil. Pasamos a Manaos, en Brasil, y luego decidimos venir a Bolivia. En el camino encontraron a otros seis venezolanos. “Uno piensa que viene solo, pero en realidad son miles de personas que están haciendo lo mismo. El recorrido fue difícil. De bus en bus, pasando mil peripecias llegamos a destino.

Pasamos de Cumaná a Puerto La Cruz. Luego a Puerto Ordaz, Santa Helena, Boa Vista, Manaos, Porto Velho, Guayará, donde cruzamos la frontera con Bolivia. De allí a Trinidad y finalmente Santa Cruz”, relató. “En Bolivia encontré la tranquilidad que no tenía en Venezuela. Allí no podía caminar con mi celular por la calle, tenía que esconderlo si no quería que me lo roben. La crisis en Venezuela nos quitó todo, nuestra estabilidad y nuestra paz”. Se mentalizó que el viaje no era para siempre, que solo eran unas “largas vacaciones”.

Pero pasan los meses y comienza la depresión. “Uno está solo, sin familia y se extrañan muchas cosas. Esto es como estar muerta, uno quiere abrazar a su familia y no puede”. En general, en Bolivia, la trataron bien, aunque también sufrió discriminación por su condición de extranjera. Le molestan las diferencias que hay entre los bolivianos, especialmente “entre cambas y collas”, siendo que todos son bolivianos. Por fortuna, la propietaria del departamento donde vive con otros cuatro venezolanos “nos trata como si fuéramos sus hijos, eso es muy bonito”. 

Los que llegaron antes
tros venezolanos tienen varios años de vivir en Bolivia. Es el caso de Gerardo Escalona, que se vino hace siete años cuando recién comenzaba la crisis en Venezuela. “Cada vez somos más porque el país no está bien”, indica este profesional, que se casó con una cruceña y tiene un hijo de tres años. “Desde el comienzo recibí mucha solidaridad, pero últimamente me cuesta más conseguir un trabajo estable”, afirmó.

A su turno, Fabiola Vivas cuenta que se vino con su esposo, que es cruceño, en 1995. “Llegamos con nuestras dos hijas, Oriana y Ornella, cuando ellas tenían cuatro y seis años. Buscábamos mejorar nuestra condición de vida”, relató.

“Los venezolanos vienen buscando sobrevivir de una mejor manera. Sus familias quedan desintegradas. Los jóvenes llegan con esperanzas de salir adelante. Cuando llegamos éramos muy pocos y luego se sumaron muchísimos más por este régimen político que tenemos”, destacó. La mayoría de los venezolanos consultados por EL DEBER resaltan las bondades de Bolivia, pero les piden a los bolivianos que “no cometan los mismos errores que tuvimos nosotros y que llevaron al país al actual colapso”. Saben que, quizás, este haya sido un viaje sin retorno y que no queda otra más que pelear por mejorar sus condiciones de vida aunque estén a miles de kilómetros de sus seres queridos.

1. Beatriz Bonilla y otros dos venezolanos que viven en Santa Cruz.
2. Gerardo Escalona se casó con una cruceña y tuvo un hijo en Bolivia. Todavía busca un mejor trabajo
Tags