La amenaza son el tráfico, las construcciones de condominios y la disminución de áreas verdes. La venta de mascotas a la vista ahora es por redes sociales. Este año la lupa se pone en la vida subacuática

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4 de marzo de 2019, 4:00 AM
4 de marzo de 2019, 4:00 AM

Misha tenía un mes de nacida. Estaba en una jaula inmunda de un metro cuadrado junto a su madre disecada. El equipo del proyecto de Biodiversidad de la Dirección de Recursos Naturales se fue hasta Porongo atendiendo una denuncia que alertó de que había un jaguar en una propiedad privada. Misha estaba sucia, rodeada de platos de plástico, bolsas y un trozo de colcha orinado y con heces. Al lado estaba su madre convertida en estatua.

La pequeña que parecía un gatito sufrió mucho y hasta el día de hoy, que tiene dos años, sigue rechazando a los humanos. Ahora mide un metro y unos treinta centímetros del hocico hasta la cola. La veterinaria Pahola Meruvia, dice que no se ha desarrollado como se debe porque fue muy afectada y hasta ahora no ha logrado superar el trauma. Misha solo se deja tocar por ella y mujer y felina han entablado una relación pacífica.

En promedio, entre 500 y 800 animales al año son rescatados como Misha. Desde que existe el proyecto de Biodiversidad de la Gobernación se ha rescatado y recibido más de 8.000 animales, 2.000 de los cuales llegaron cuando ya existía el Centro de Atención y Derivación de Fauna Silvestre, ese es el cálculo de Raúl Rojas, biólogo con maestría en manejo de vida silvestre. “No solo recibimos animales provenientes de Santa Cruz, el 30% viene de otros departamentos. Como Gobernación somos la institución estatal que más experiencia y capacidad tiene en cuanto a rescate y atención de los animales silvestres. A pesar de que nos significa gastos en cuanto a personal, alimentación y medicamentos, los recibimos con el fin de precautelar el bien de la fauna boliviana”.

Los grupos que más rescatan son de loros, asediados por ser animales atractivos como mascotas por sus colores y porque pueden hablar. Le siguen las tortugas terrestres y acuáticas y recientemente boas que estarían siendo utilizadas como mascotas exóticas.

Rojas explica que el Centro de Atención y Derivación es como una sala de emergencia de un hospital; reciben animales víctimas de tráfico y maltrato a los que se les brinda los primeros auxilios y atención primaria. “La recuperación puede ir de días a meses. Una vez el animal recibe alta veterinaria se evalúa su destino final. La reinserción a la vida silvestre solo se da en casos de que el animal esté físicamente sano, con todas las partes del cuerpo, sin infecciones, que haya pasado escaso tiempo con personas o con animales domésticos y que no se haya vuelto dependiente de la mano del hombre. Lamentablemente más del 95% de los rescatados no cumplen con estos requisitos y lo que corresponde es enviarlos a otro centro de custodia para su tenencia permanente”.

En Bolivia existen 25 de estos centros y en Santa Cruz una decena (ver el listado en el cuadro de la siguiente página).

La amenaza

El tráfico de fauna mueve gran cantidad de dinero y a pesar de los esfuerzos de control de la Policía, la Gobernación, la Alcaldía y ONGs, los traficantes se siguen arriesgando por el beneficio que le significa. “Ya no se vende de manera frontal como antes en las rotondas o mercados, pero esta situación ha migrado a otros escenarios de venta como las redes sociales. El tráfico continúa, pero también hay que reconocer que ha habido una disminución bastante sustancial y que se está generando una conciencia en las personas”, analiza Rojas, quien repara en que la lista de animales silvestres publicada por el Ministerio de Medio Ambiente (en 2009) dice que aproximadamente 1.003 especies están bajo alguna categoría de amenaza. “Ya tenemos una especie extinta, un pez del lago Titicaca y más de 20 en amenaza crítica, que posiblemente ya estén por extinguirse”.

Mientras tanto en la urbe...

La bióloga Eliamne Gutiérrez considera que en nuestro medio la vida silvestre vive bajo presión. “Vivir en la ciudad no es fácil y para ello hay que adaptarse al acelerado ritmo al cual se mueven las urbes. Factores como la bulla, las construcciones, el tráfico y la disminución de áreas verdes por la construcción de condominios o complejos comerciales, son los principales obstáculos a los cuales se enfrentan sobre todo la fauna urbana”.

Gutiérrez denuncia que hay especies que son mal vistas en la ciudad por creencias locales cuando en realidad juegan un papel muy útil en el ecosistema urbano. “Para empezar tenemos a las lechuzas blancas Tyto Alba, que dicen que son de mal agüero, que atraen la muerte etc., pero estas aves se comen a los roedores que son portadores de enfermedades peligrosas para la población. En Argentina, los especialistas llegaron a la conclusión de que el brote de hantavirus estaba ligado a la pérdida de fauna urbana encargada de controlar la población de roedores”.

La bióloga administradora de Copernicia Biología Urbana (página de Facebook) repara también en las carachupas que son tan repudiadas. “Son unas aspiradoras de garrapatas, ese es un tremendo beneficio para nosotros.


Y no quiero dejar atrás a los murciélagos, la mayoría piensa que todos se alimentan de sangre, pero esos murciélagos que vemos revoloteando en las noches por los postes de alumbrado público se están alimentando de insectos entre mosquitos, moscas y hasta chulupis, incluso muchas especies comen frutas y néctar de flores ayudando a la polinización y dispersión de especies vegetales nativas”.

Pero Eliamne no repara solo en los animales. “Sin duda puedo decir que el mayor daño que se está cometiendo es con los árboles, tumbar un árbol no es solo sacar algo que a muchos les estorba, no solo estás quitando una vida, te privás de sombra, además de que alrededor de ese árbol existen otro tipo de interacciones con insectos, plantas epífitas, animales que se alimentan de sus frutos o sus flores o que lo usan como refugio. Después estamos sufriendo de calor que no es obra y gracia del espíritu santo, sino de nuestras acciones”.

Vida subacuática

Este año, el Día Mundial de la Vida Silvestre hace hincapié en la vida subacuática, es decir, todo aquello que vive y se desarrolla bajo o sobre el agua y Bolivia, pese a no tener mar, tiene muchísima, desde anfibios hasta peces y plantas acuáticas. “En Bolivia tenemos más de 900 especies de peces de agua dulce. Sin embargo, la vida subacuática se encuentra en peligro por las actividades de explotación y extracción que se realizan en torno a ella, así como la liberación de pesticidas a los suelos que pueden llegar a contaminar los acuíferos, la minería, que vierte sustancias muy dañinas a los ríos como el mercurio, la construcción de hidroeléctricas que se ha puesto de moda en el país, todo esto es de gran amenaza para la vida acuática”, subraya Gutiérrez y hace notar que en la ciudad tenemos vida hasta en los canales donde viven peces, anfibios y aves.

La bióloga Teresa Camacho, jefa del departamento de Herpetología del museo Alcide d’Orbigny destaca que Bolivia está entre los países con mayor diversidad de peces de agua dulce, pero también hay mucha vida además de estos. “43 especies están declaradas en peligro de extinción y una está declarada extinta de la zona de los Andes, pero hay muchos otros organismos que habitan en el agua que incluyen algas, invertebrados, reptiles y anfibios. El género Telmatobius es uno de los más amenazados en Bolivia, comprende 14 especies de las cuales 10 son endémicas y son de altura, pues viven entre 1.000 y 4.500 metros sobre el nivel del mar (msnm)”.

Camacho está abocada a las ranas acuáticas y asevera que la más amenazada es la Telmatobiuus Culeus, que es la rana del lago Titicaca. “Es la más grande del mundo, puede llegar a medir hasta 145 mm, aunque hay datos que reportan ranas hasta de 500 mm y es capaz de respirar a más de 3.800 msnm”. Denuncia que son muy vulnerables a la sobreexplotación en el lado de Perú donde la usan para elaborar platos exóticos o jugos porque creen que al ingerirla puede curar muchas enfermedades.

En el lado boliviano su amenaza se da más por la contaminación de las aguas del Titicaca con pesticidas, vertido de aguas servidas, residuos de minería, la introducción de otras especies invasoras como las truchas y el cambio climático.

Desde su jaula, con una mirada suplicante imposible de ignorar, Kumal, de ocho meses, lleva una vida de encierro. Está bien cuidado en el Centro de Atención y Derivación a donde llegó de apenas dos meses, pero su destino era estar en algún bosque denso del suelo boliviano.