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3 de julio de 2019, 4:00 AM
3 de julio de 2019, 4:00 AM

Un día, la señora Gómez se encontraba en la sala de espera de su médico cuando un niño y su madre entraron al consultorio. El niño llamó la atención de la señora Gómez porque llevaba un parche sobre un ojo. Se sorprendió al ver que poco parecía importarle la pérdida de un ojo, y lo observó mientras seguía a su madre hasta la silla más cercana.

Aquel día el consultorio del médico estaba lleno, así que la señora Gómez tuvo oportunidad de conversar con la madre del niño mientras él jugaba con sus soldaditos. Al principio él se mantuvo en silencio, maniobrando los juguetes sobre el brazo de la silla. Luego se trasladó al piso, lanzándole una mirada a su madre.

En cierto momento la señora Gómez tuvo ocasión de preguntarle al niño qué le había sucedido en el ojo. Se detuvo a considerar la pregunta largo rato y luego replicó, levantando el parche: —No tengo nada en el ojo. ¡Soy un pirata! Y regresó a su juego.

La señora se encontraba allí, porque en un accidente automovilístico había perdido una pierna, desde la rodilla, quedó callada. La cita de aquel día con el médico era para determinar si estaba lo suficientemente curada como para acomodar una prótesis. La pérdida había sido devastadora para ella. Aun cuando se esforzaba por ser valiente, se sentía una inválida.

Racionalmente sabía que esta pérdida no debía interferir en su vida, pero en lo emocional no podía superar este obstáculo. Su médico le había sugerido practicar visualizaciones, y ella lo había intentado, pero era incapaz de forjar una imagen perdurable y emocionalmente aceptable. Se seguía viendo como una inválida.

La palabra “pirata” cambió su vida. De inmediato se sintió transportada. Se vio vestida como el Corsario Negro, a bordo de un barco pirata. Estaba de pie, con las piernas separadas... y una de ellas era una pata de palo. Tenía las manos bien aferradas a las caderas, la cabeza y los hombros erguidos, y sonreía frente a la tormenta. Los vientos tempestuosos azotaban su casaca y su cabello. Un rocío helado barría la balaustrada de cubierta mientras grandes olas rompían contra el barco. El navío se mecía y gemía bajo la fuerza de la tempestad, pero ella permanecía firme... orgullosa, impertérrita.

En aquel momento, esa imagen sustituyó a la de la inválida y le devolvió su coraje. Miró al niño, ocupado con sus soldados. Pocos minutos más tarde la llamó la enfermera. Mientras se balanceaba en sus muletas, el niño advirtió su amputación. —Oiga, señora, ¿qué pasó con su pierna? —le preguntó. La madre, del niño se sintió mortificada. La señora Gómez contempló por un momento su pierna mutilada y más corta. Luego le respondió con una sonrisa amplia: —Nada. Yo también soy una pirata.

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