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Santa Cruz, como el ave Fénix

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22 de septiembre de 2019, 3:00 AM
22 de septiembre de 2019, 3:00 AM

Este 24 de septiembre encontrará a Santa Cruz con pocos ánimos para celebrar a lo grande un nuevo aniversario de su gesta libertaria, escrita en la historia hace ya 209 años. El horror que vive nuestra Chiquitania desde mediados de este año, abrasada por el fuego que ya se tragó casi tres millones de hectáreas, obliga a dejar de lado el jolgorio festivo tan común en nuestras celebraciones. Es lo mínimo que se espera frente al desastre ambiental que hiere de muerte nada menos que a la cuna de la cruceñidad. Cuna en todos los sentidos. En su seno nació Santa Cruz de la Sierra. Allí está parte esencial del ser cruceño, de su historia y de su vínculo vital con la naturaleza que desborda todos sus dones en esa tierra mágica.

Pero el desastre ambiental en la Chiquitania no solo obliga a suspender los festejos. Obliga también a frenar en seco la alocada carrera en la que nos embarcamos todos para alcanzar la meta del desarrollo feroz, del progreso a cualquier precio. Obliga a parar para repensar qué es lo que estamos haciendo o dejando de hacer por Santa Cruz y desde aquí para otro país o mundo posible. Obliga a bajarnos de nuestros veloces vehículos para pararnos frente al espejo y ver si allí se refleja la mejor imagen que queremos de nosotros mismos. Obliga a indagar en lo más profundo de nuestro ser si de verdad estamos contentos con lo logrado hasta hoy. Son acciones y reflexiones obligadas por una coyuntura difícil que confronta a Santa Cruz con sus propios demonios, muchos de ellos disfrazados de ángeles.

Demonios que están presentes desde hace tiempo. Uno de ellos, vaya a saber una si es el más dañino de todos, es el que se ha instalado en el bolsillo de muchos cruceñazos, con un peso mayor al de las buenas intenciones que suelen cargarse en el corazón o al de las ideas innovadoras y revolucionarias que se gestan desde la razón. Un demonio con un ejército de duendes que ha sido capaz de ir trastocando senderos abiertos a lo largo de varios siglos por generaciones de cruceños visionarios que abrazaron ideales, antes que intereses. No se trata de idealizar el pasado, que ya sabemos tampoco fue perfecto, sino más bien de poner en evidencia las carencias de un presente que nos deja con sabor amargo y frustración. Un presente marcado por la ausencia de una virtud de la que siempre nos jactábamos: la de la sinceridad, esa capacidad de llamar a las cosas por su nombre, sin titubeos ni complejos.

¿Qué tiene que ver todo esto con los incendios en la Chiquitania, con el 209 aniversario de nuestra gesta libertaria? Todo. No es casual que justo en septiembre estemos en vilo por la emergencia que vive Chiquitos, provocada por incendios ocasionados a su vez por nuestro propio descuido. Descuido del territorio, del cuidado de nuestros recursos naturales, de la protección a nuestros pueblos indígenas, de la atención a cada municipio. Descuido también del proceso de autonomías que se gestó hace décadas, no apenas años. Descuidos y concesiones vergonzosas, habrá que añadir. Concesiones ante un poder central que sigue con las mañas de siempre, con el indisimulado menosprecio hacia Santa Cruz, heredado desde los primeros años de la república. Digo esto no apenas por la negativa del Gobierno a declarar desastre nacional ante el ecocidio en la Chiquitania, sino por cada una y todas las acciones ya vistas a lo largo de más de trece años de gestión.

El desastre ambiental en la Chiquitania nos ha devuelto a una realidad que no ha cambiado en las últimas décadas. Una realidad en la que Santa Cruz continúa padeciendo las taras de un poder central que cambia de rostros, nombres y siglas, pero no de malos sentimientos hacia el departamento, con el añadido hoy de estar casi huérfano de líderes visionarios y de un pueblo comprometido, dispuestos a jugarse por entero por ideales que guardan la esencia de antaño, y que no son otros que los de libertad y autonomía. No solo Chiquitos arde. Santa Cruz todo está en llamas, y puede quedar en cenizas. Que resurja como ave Fénix no depende del gobierno central de turno, sino de la persistencia en la lucha de su propia gente.

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