Opinión

Reflexionar desde las cenizas

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30 de agosto de 2019, 4:00 AM
30 de agosto de 2019, 4:00 AM

El desastre ecológico que se vive en la Chiquitania es producto del agotamiento y la insostenibilidad de un modelo de desarrollo basado en la extracción de recursos naturales a expensas de la naturaleza.

El insaciable mercado de alimentos y materias primas chino, ha sido la motivación de muchos países latinoamericanos (incluido Bolivia) para apostar por un crecimiento económico asentado en la agricultura y ganadería intensiva. Políticas gubernamentales, asociadas a capitales privados agroindustriales, están dejando en cenizas a frágiles ecosistemas; y sin el hábitat natural, para la subsistencia de pueblos indígenas.

La actual legislación permite ampliar la frontera agrícola desmontando tierras de vocación forestal para asentamientos de comunidades, que además pueden legalmente “chaquear” (desmontar y hacer quemas “controladas” para limpiar y poder sembrar).

Todo esto, dentro del Bosque Seco Chiquitano, único en el mundo por su biodiversidad, que es una transición entre los ecosistemas amazónico y chaqueño. En ese paradisiaco espacio se tiene una fauna silvestre muy singular: pumas, tapires, antas, piyos, yacarés, anacondas, tucanes, parabas, etcétera.

El Gobierno del MAS, que en foros internacionales -cínicamente- se ufana de predicar un discurso vinculado a la Pachamama y el respeto a la Madre Tierra, es el principal responsable de estas políticas agroextractivistas depredadoras. Y junto con él, el gran sector agroindustrial y las pequeñas comunidades agrícolas y pecuarias (colonos) que destruyen el bosque a nombre de la autosuficiencia alimentaria y el crecimiento económico.

Está muy bien aspirar a ser un país agroexportador. Sin embargo, así como la naturaleza, sabiamente, busca armonía dentro de sus sistemas, el ser humano también tiene que encontrar un equilibrio entre la explotación y la conservación.

Es imprescindible mejorar los sistemas de producción existentes, obsoletos y sin las adecuadas tecnologías; aumentar los indicadores de eficiencia y rendimiento, que relacionan la cantidad de recursos utilizados con la cantidad de producción obtenida por hectárea; capacitar tecnológicamente a quienes, con muy poca experiencia, incursionan en la gestión agrícola; reforestar terrenos y respetar la vocación natural de los suelos.

Lo que se está viviendo en la Chiquitania, desnuda nuestras falencias para enfrentar desastres naturales de grandes magnitudes: reacciones tardías, incompetencia, descoordinación de los niveles de gobierno, cálculos políticos, falta de infraestructura e ignorancia.

También muestra el espíritu solidario de cientos de voluntarios que, desde sus trincheras, estuvieron enfrentando al fuego.

Pero, lo más importante es que, si no se hacen ajustes y se busca diversificar y desarrollar otros sectores de la economía regional, este modelo productivo terminará liquidando nuestros bosques.

Una de las probadas alternativas es el ecoturismo, y Costa Rica podría ser un modelo a analizar. En ese pequeño país, con una amplia cantidad de parques nacionales y áreas protegidas, el turismo genera ingresos cercanos a los 4.000 millones de dólares anuales, con más de tres millones de visitantes. Una frase, atribuida a un político esloveno, describe nuestra disyuntiva: “Si crees que la economía es más importante que el medioambiente, intenta aguantar la respiración mientras cuentas tu dinero”.

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