Opinión

¿Qué ha dicho, ministra?

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24 de enero de 2019, 4:00 AM
24 de enero de 2019, 4:00 AM

No lo podía entender. Quedé de piedra. Me topé en EL DEBER con una tempestad de insultos cáusticos de la ministra de Comunicación. No podía imaginarla en ese trance ni concebía la catástrofe que pudiera haber provocado tanta ira. Fue peor el estupor cuando llegué al final y descubrí el origen de la explosión.

La ministra no era ministra de guerra contra la oposición. No era vocera del Gobierno, por mucho que se lo encomendaran. Por encima de todo era ministra de Comunicación. Era la encargada del acceso de toda la sociedad a una comunicación de la mejor calidad técnica y humana. Por dignidad, por educación, por respeto, por inteligencia, nadie puede perder de esa manera los estribos, pero especialmente ella, la encargada de que nadie caiga públicamente en esa bajeza. En este campo, más que por decretos, se logra el avance con el ejemplo y la motivación. Ella descubrió otra vía: la vergüenza ajena. Quizás el revulsivo nos haga huir de la comunicación que denigra y que no construye.

No soy vocero de Carlos Hugo Molina ni Carlos Hugo necesita que lo defiendan. El encargo que siento es de la corrección y de la verdad. Aunque la ministra no lo acepte, todo lo que hace su Gobierno puede ser debatido y criticado. Como puede serlo lo que piense cualquier ciudadano o cualquier opositor. Opinar es derecho sagrado de absolutamente toda la humanidad. En eso debiera basarse su ministerio. La ministra debiera dar su vida por ese principio, en lugar de denigrar y disparar a matar a los que están en desacuerdo con su amo.

La ministra no puede, no debe, acusar de esa manera ni al mismísimo señor Bolsonaro, si fuera su opositor. Tiene que aprender a discutir ideas y no destrozar personas. Carlos Mesa pudiera ser bipolar o diabético, pero no por eso está equivocado su juicio sobre el manejo oficial del referendo del 21 de febrero de 2016. Sus críticas siguen en pie por mucho que la ministra mate al que las exprese. Con la reacción ministerial la única verdad nueva que aparece con claridad es que la ministra no tiene dominio de la situación, que le falta el control de sus instintos, que no tiene respuestas al cuestionamiento, que sigue válido sobre la mesa. Los insultos dejan al desnudo la falta de razones y de respuestas, no las suplen.

Le guste a la ministra o no, Carlos Hugo es un personaje de una excepcional calidad humana y moral, de alta capacidad intelectual y de envidiable sensibilidad social. Nunca sería cómplice de Chaparina ni de la masacre de personas con discapacidad. De prefecto y de ministro fue intachable en corrección, en eficiencia y en capacidad extraordinaria para generar respuestas nuevas a los problemas que planteaban el departamento y el país. Pueden estar en desacuerdo con sus planteamientos, pero una buena parte del Movimiento Al Socialismo vive de las ideas y logros de la política de Participación Popular que él diseñó y puso en marcha. Si para su amplio trabajo social recibe apoyo de otros países es porque es creíble, porque aporta, porque produce, porque su labor es rentable para la transformación de la sociedad. Pero, más allá de capacidades y logros, Carlos Hugo, como cada boliviano, es una persona con derecho absoluto al disenso, que merece respeto y merece respuestas inteligentes.

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