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23 de junio de 2019, 4:00 AM
23 de junio de 2019, 4:00 AM

Con mis 12 años ya entendía lo que era la Patria Grande. Daniel Viglietti había destrozado el mapa y Atahuallpa Yupanki nos hacía temblar con sus letras, acompañados de Benjo Cruz y de Los Parra y de Los Jairas y de Los Panchos. Todos hacían una especie de cacofonía única y múltiple.

Nos alimentamos de esa vena, de la vena de la Internacional Socialista. Nos cabreamos con los gobiernos tibios de Ovando y J.J. Torres de Velazco y de los peronistas. Los golpes de Estado se sucedían y nos dejaban huérfanos de sueños, pero seguíamos, los Beatles nos daban aire de amor y los Rolling Stones nos hacían cantar sus ritmos al bailar. Los Ángeles Negros se unieron a los Palito Ortega y al Leo Dan y los Kanata. El Raphael y el Sandro, la Soledad Bravo y la Mercedes Soza, la Sulma Yugar, La Violeta Parra, el Gringo, nos hacían amar en silencio y llorar en privado.

Trigal, trigal, donde mis manos se dilatan… Hoy la vi, yo estaba en el bar, la miré al pasar… Tiré tu pañuelo al río… Alfonsina, …No le digas nunca que estoy, di que me ido, la Frida Kalho, el león asesinado.

Y, sin embargo, Victor Jara se agarró de nuestra vida. Te recuerdo Amanda, la calle mojada, nos hizo amar el recuerdo y llorar la ausencia. Estábamos totalmente embebidos de lo que la Patria Grande ofrecía. Chile, Bolivia, Argentina, Uruguay, Perú, Ecuador, Colombia, Brasil, todos estaban en la lista de los logros o de los para lograr.

Cada momento era medido con la fuerza de los contactos universales. Estábamos en una mística que hacía carne en las calles y en la lectura. Mayo del 68 no era juego. El boom no era solo de los literatos; era nuestro. García Márquez, Sábato, Borges, Adolfo Cáceres y Renato Prada. Todos, junto a Zabala y Camargo, hacían de nuestro andar, un andar útil y mesiánico. Descubrimos mujeres, Zamudio, Bartolina, La Chaskañawi, Bedregal. Pintores que se hacían reconocer en murales, hablaban tu lengua. Se manifestaban en la COB y en las calles, Pantoja, Siqueiros, Rivera. Y salían de nuestras fronteras, se hacían internacionalistas, se agarraban de Marx, del Concilio Vaticano, de la Declaración de Medellín. Erik Fromm y Freud, eran, junto a Marcuse, los lideres de la lectura. El Quijote se colaba, hacía picar los pies de Rocinante. Y para mas trampa Theilhard de Chardin, “los límites no existen”, nos obligaba a ver la ciencia y saltar a la filosofía, brotaba en la piel urticaria de acción.

Llegó el Che, dejo sus misiles apagados y nos quedamos solos en Chile, con un Allende cojo y mucha esperanza.

Este huevón. Víctor Jara, nos saltó con sus cantos, y uno de ellos, el que hace que las lagrimas no se queden quietas: El Manifiesto.

Ya otros habían dicho que no cantaban por cantar, pero Jara sacó la canción al manifiesto. Hizo el himno de la Patria Grande, nos dijo que era un cantor de los obreros, cantaba de los andamios para alcanzar las estrellas. Además, el muy sinvergüenza, nos dijo que se moriría cantando las verdades verdaderas.

Así pasó. Mataron una generación con sus golpes en secuencia, con sus ametralladoras, con su Seguridad Nacional, con su “mejor lo malo conocido”.

Estamos ahora otra vez, huérfanos de almas y con la memoria en lo que no pudimos hacer y sin embargo sabemos que lo hicimos.

Hoy no somos los mismos, somos más, más de lo que queríamos y que nos asusta ser.

Ya no limpiamos lágrimas, sino mocos; ya no vemos, sino miramos. Miramos y no nos dan pelota, no se acuerdan de lo que hicimos.

Sin haber hecho nada, cantamos y vivimos, organizamos comunidades, pensamos en el medioambiente, luchamos por sociedades inclusivas y libres, y hoy lamentamos su ausencia.

Ese Jara, otra vez, se hace el santo. Ahora apresan a sus criminales. Apresan a los que rompieron sueños y no nos han pedido perdón.

Amamos a los que se jugaban a los que decían en voz alta lo que sentíamos. Peleamos en el Laikakota, en la Harrington, en Guaqui, en todos los exilios. Y nadie nos pide perdón.

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