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30 de marzo de 2019, 4:00 AM
30 de marzo de 2019, 4:00 AM

Mucho se esperaba del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO), porque, desde la oposición, en sus múltiples campañas, hablaba con firmeza sobre lo que el pueblo quería escuchar y el libreto era muy fácil: lucha contra la corrupción y el narcotráfico, plena austeridad, no al muro de Trump, sí a la defensa de la soberanía mexicana. Naturalmente que el candidato se declaraba socialista, como tantos populistas sin ideología, para ira de los socialistas de verdad.

Pero ahora, en sus cotidianas intervenciones dirigidas a la ciudadanía, con un tono de padre bondadoso y coloquial, ya no sirven de mucho las arengas vibrantes sino que la gente espera soluciones a los diferentes asuntos que interesan a México y ahí está empezando a mostrar la hilacha el señor AMLO (feo acrónimo), que cuando habla parece que está en otro planeta.

Desde luego que su posición respecto a Venezuela ha sido lamentable, obsoleta por aquello de la Doctrina Estrada, y ha alejado a México de todas las democracias de América y de Europa. Eso ha llamado mucho la atención porque México siempre tuvo un liderazgo importante entre su vecindario y fue respetado en la comunidad internacional.

Lo increíble de AMLO ha sido su demanda a la Corona española y al papa, para que pidan perdón por los abusos que cometieron contra los aborígenes los conquistadores españoles y la iglesia Católica, hace más de 500 años. Realmente parece que el estadista no tuviera oficio, que no hubiera nada qué hacer en su despacho y que se aburriera; o que su mente ha dejado de ser clara o que tal vez nunca lo fue. Pero no solo ha expresado ese anacrónico deseo, sino que, además, lo ha hecho por escrito. Y las estupideces escritas no desaparecen nunca. ¡Una misiva firmada por él al rey Felipe VI y otra al papa! Escribir cartas a la Zarzuela y al Vaticano, exigiendo disculpas por lo que hizo don Hernán Cortés, es un supremo disparate que está cerca de la demencia.

Al parecer en la Santa Sede han guardado silencio porque los eruditos cardenales que asesoran al papa seguramente que no están dispuestos a entrar en un debate aconsejando a Su Santidad contestar a un presidente de una inmensa nación católica, que a todas luces está divagando. Suponemos que el rey de España tampoco lo hará, porque don Felipe no va a caer en aquello de que pidiendo perdón se van a “hermanar” mexicanos y españoles. Para eso está el gobierno español, sus políticos, sus intelectuales, el pueblo, que deben haberse enterado de la demanda de AMLO con verdadera sorna, aunque no faltarán demagogos que aparenten tardío arrepentimiento por la Conquista.

Estos populistas, que se llaman izquierdistas, son expertos en crear escándalos. Y dicen cualquier torpeza porque saben que nada les va a suceder, que no sea la extrañeza y finalmente la tolerancia de los agredidos. Los populistas tienen la lengua larga para el insulto, porque ya pasaron los tiempos en que una afrenta grave podía contestarse con un ultimátum o con un bombardeo. Hoy a los populistas se los mira como a muchachos díscolos, revoltosos, a quienes hay que comprender por su pasado no siempre feliz.

Afortunadamente los populistas están en pleno retroceso y una vez que se vaya Maduro, se les acabará la fiesta. En adelante, para evitar pelagatos con mando, debe tomarse en cuenta lo que repitió en Buenos Aires, hace pocos días, Mario Vargas Llosa, en sentido de que si en Latinoamérica la política no selecciona a los mejores hombres, entonces ejercerán el poder los peores. Y lo dijo porque, según él, los países pueden elegir entre ser prósperos o ser pobres. Argentina eligió ser pobre a partir de Perón, como Venezuela a partir de Chávez. Es que los populistas captan el voto de los menesterosos e ignorantes con anuncios espectaculares, hurgando en viejos resentimientos, como ahora lo ha hecho AMLO de manera tan desafortunada.

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