Opinión

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Los brazos fuertes y solitarios de Alejandro Fuentes

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22 de octubre de 2018, 3:00 AM
22 de octubre de 2018, 3:00 AM

Alejandro Fuentes carga sobre sus hombros una responsabilidad enorme: que el Festival Internacional de Cine Fenavid florezca en cada primavera y que Santa Cruz brote pecho porque el séptimo arte está de pie, como si todas las autoridades políticas y empresariales se hubieran puesto de acuerdo en aportar con su terrón de arena para que esta gran muestra cinematográfica haga de esta región también una locomotora cultural del país.

Pero eso no ocurre. El cineasta Alejandro Fuentes rema con el poder de sus brazos casi solitarios, con su ejército de jóvenes sumados al arduo trabajo de organización y con unos cuantos apoyos institucionales que se pueden contar con los dedos de una mano. Así, hace posible que ocurra el milagro: que películas y directores de primer nivel de Bolivia y de otros confines del mundo lleguen a Santa Cruz con sus trabajos bajo el brazo y conviertan por siete días a este suelo caliente en la capital audiovisual de nuestra América.

El tamaño de su afamada musculatura a escala internacional del Fenavid está garantizado. De 40 trabajos audiovisuales que se inscribieron hace 18 años cuando nació como Festival Nacional de Video, ahora, ya como un escenario de competencia cinematográfica consolidado, se registran más de 1.600 filmes de por lo menos 15 países. De ese enjambre de talentos, un comité de autores de prestigio tiene que echar mano de una purga bien intencionada para que los trabajos más emblemáticos formen parte de la muestra oficial y compitan en las categorías de ficción, documental, animación y videoclip, por la estatuilla Caa Iya, creada por el escultor Juan Bustillos.

Alejandro Fuentes quizá no ha medido el tamaño de su hazaña, y las autoridades nacionales, departamentales y municipales, tampoco han sido capaces de hacerlo. Alejandro no lo hizo porque es un artista que no necesita gritar para que sus frutos se hagan visibles, porque los buenos hombres son así: no permiten que su talento se nuble con arrebatos contra quienes se hacen los dormidos para adormecer a la sociedad. Pero los otros, los que tienen el poder político y del dinero, no pueden –o no quieren- ver lo que está ante sus ojos. Quizá –estoy especulando- no lo hacen porque no le han encontrado el valor que tienen en la sociedad los narradores de historias, los que le ponen color a la existencia, los que a través de la belleza de las palabras y de las imágenes cuestionan y critican al poder y a los poderosos que -aunque tengan ojos- son víctimas de esa ceguera que describe José Saramago: una ceguera blanca, blanca como el telón de una pantalla de cine sin película ni espectadores. Algo aterrador.

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