Opinión

La soya, grano de oro en problemas

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18 de julio de 2019, 4:00 AM
18 de julio de 2019, 4:00 AM

Desde que en Paichanetúy, en las colonias japonesas de San Juan, se hicieron los primeros ensayos en el cultivo de la soya, hace 60 años, la oleaginosa pasó por muchas vicisitudes en su desarrollo en nuestro departamento. Gracias a su cultivo la nutrición del país tuvo cambios profundos, en gran medida positivos. El cultivo de la soya en Santa Cruz ha mejorado sustancialmente la dieta de los bolivianos aportando de forma importante a la producción de leche, carne, huevos etc., aumentando de forma significativa el aprovisionamiento de los alimentos citados. El aceite de soya se destaca por su excelente calidad, relacionada con el alto nivel de insaturación, su fluidez en un amplio rango de temperaturas, sus antioxidantes naturales y la posibilidad de hidrogenación selectiva.

La calidad del grano de soya destinado a la elaboración de alimentos está relacionada con su contenido de aceite y proteína. La concentración relativa de nitrógeno y azufre en el grano, determina el valor nutricional de la proteína. Su concentración proteica es la mayor de todas las leguminosas. No solo es importante por la cantidad, sino también por su calidad. Por lo general, las proteínas provenientes de los alimentos de origen vegetal tienen bajo contenido de aminoácidos sulfurados (metionina y cisteína). La soya, en cambio, los contiene en cantidad suficiente para satisfacer los requerimientos de una persona normal.

Este cultivo ha sido el motor de la reactivación económica del campo y no hay motivo científico o tecnológico para que deje de ser un cultivo clave, salvo por imposiciones de orden político.

El cultivo de la soya ocupa actualmente más de un tercio de la superficie sembrada de Bolivia y es el principal producto agrícola exportable. Es posible lograr producciones sustentables de soya en concordancia con la aptitud agroambiental de cada sitio; sin embargo, desde hace mucho tiempo, en varias zonas del departamento el deterioro de los suelos es producto del empleo de rotaciones pobres en aportes de residuos sino también por los sistemas de laboreo agresivos del suelo, como los basados en arados de discos pesados (romplaneo) rastras y cultivadas excesivas (modelo menonita destructivo adoptado por muchos agricultores).

Estos sistemas de laboreo han promovido las pérdidas oxidativas de materia orgánica, el deterioro físico, biológico y químico de muchos de nuestros suelos. Es por eso que la soya suele ser citada en los medios como un cultivo perjudicial para la salud de los suelos. En otras áreas agrícolas de Santa Cruz la adopción de la siembra directa, la labranza vertical, la rotación de cultivos, la fertilización con los minerales necesarios ha contribuido a minimizar e incluso superar los procesos de degradación iniciados por el laboreo convencional logrando rendimientos comparables a las medias de los países vecinos, entre 3,3 y 4 toneladas por hectárea.

La sustentabilidad del suelo y del agua debe interesar al productor porque se trata de la base de sus propios recursos productivos, de su posibilidad de seguir produciendo en el futuro. En este sentido es necesaria la adopción generalizada de Buenas Prácticas Agrícolas, que incluyan siembra directa, rotación de cultivos, manejo integrado de plagas, uso responsable de agroquímicos, de acuerdo a monitoreo y labranzas conservacionistas. El enorme potencial autogenerativo y sustentable agrícola que tiene Santa Cruz está amenazado por la perfecta ecuación para el desastre que practican aún algunos (no pocos) agricultores hoy aquejados por altos costos de producción, bajísimos rendimientos y bajos precios para sus productos: labranza destructiva con discos de todo tipo, monocultivo, o cultivo secuencial: soya trigo, soya trigo, etc., uso irresponsable de agroquímicos de acuerdo a calendario y “paquete tecnológico preestablecido”, falta de un vacío sanitario entre cultivos iguales, no respeto a las épocas de siembra y variedades no recomendadas para determinadas áreas y épocas, el absoluto desprecio e ignorancia del valor de la materia orgánica y su efecto sobre la producción; todas estas prácticas montan el escenario para el suicidio agrícola.

Es necesaria una planificación territorial de la expansión agrícola, como la que se pretendió con el Plan del Uso del Suelo Departamental. Todas estas cuestiones pueden ser promovidas a través de políticas públicas, que establezcan marcos regulatorios claros y exigibles, así como incentivos adecuados para que la producción sustentable sea limpia y además rentable.

Autoridades locales, agricultores, proveedores de insumos y servicios financieros, profesionales técnicos y académicos entre otros estamos obligados a contribuir para que la agricultura siga siendo la madre de todas las industrias aquí como en todas partes y que el grano de oro siga brillando y no se convierta en grano de plomo.

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