Opinión

La histeria del glifosato

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11 de septiembre de 2018, 4:00 AM
11 de septiembre de 2018, 4:00 AM

El glifosato es el herbicida más usado en el mundo y también el más polémico. Vinculado desde su origen a Monsanto y a los organismos modificados genéticamente, el uso del glifosato es una cuestión que va más allá de lo estrictamente científico y tiene profundas ramificaciones sociales y políticas.

El glifosato inhibe exclusivamente procesos fisiológicos vegetales por lo que no tiene toxicidad en animales. Para que nos hagamos una idea, sustancias de uso común, como la cafeína o el paracetamol, tienen índices de toxicidad mayores que el glifosato. Otra característica importante es que tiene una vida media muy corta (22 días) antes de biodegradarse en sustancias inertes, esto hace difícil que sus efectos acumulativos tengan un impacto significativo a medio y largo plazo. Aunque, como es evidente, el uso intensivo tiene efectos sobre el entorno en el que se aplica, aunque no sería propiamente tóxico.

El glifosato está en la lista de ‘probablemente cancerígenos’ de la OMS, justo al lado del consumo de carne roja o de ser peluquero o de tomar yerba mate. ¿Cuál sería esa probabilidad? Al menos, no muy alta por contacto indirecto con el producto. En el peor de los casos, algunos expertos estiman que una persona debería comer por día alrededor de 16,8 kg de soya durante dos años para igualar la dosis que se ha planteado como cancerogénica. Aunque, y esto es importante, los estudios que ‘demostraban’ esa relación causal con el cáncer fueron retirados por tener serios problemas metodológicos. O sea, por la información seria de la que disponemos hasta el momento, la dosis de uso comercial es muy difícil (por vida media y por concentración) que tenga algún efecto a largo plazo en las personas.

No obstante, parece razonable que los poderes públicos quieran evitar riesgos innecesarios a sus ciudadanos. Eso nos lleva a hacernos una pregunta y una reflexión, ¿será que la burocracia estatal tiene la más mínima idea de lo que se trata? En torno a los herbicidas que incorporan glifosato se ha creado una serie de leyendas que sorprende ver cómo son asumidas con fe ciega.

En primer lugar, todos los agroquímicos, contengan o no glifosato, son dañinos para la salud humana si se llega al abuso o manipulación incorrecta. Lo mismo sucede con los insecticidas domésticos, desinfectantes, productos de limpieza, etc. El problema no es su toxicidad, sino su mal uso. Además, el glifosato es una de las moléculas menos agresivas debido a su alta velocidad de degradación en la naturaleza.

El uso de este herbicida es generalizado tanto en cultivos transgénicos, en los que el glifosato tiene mayor utilidad, como en la siembra directa de cualquier cultivo. Cualquier agricultor, que compre semilla, tiene la posibilidad real de aplicar cualquier otro producto; otra cosa es que no le interese. Hace años que el glifosato quedó libre de patente, por lo que no existen oscuros monopolios que controlen su mercado.

El problema real del glifosato se deriva del monocultivo, que conlleva numerosos problemas no solo fitosanitarios y este asunto no se soluciona suprimiendo el glifosato, sino implementando adecuadas políticas que potencien las correctas rotaciones de los cultivos. En el hipotético caso de que se prohíba el uso del glifosato en la agricultura cruceña, se volvería a la labranza convencional destructiva y erosiva, afectando años de manejo conservacionista en siembra directa en la que se reduce la pérdida de suelos por viento y agua, se acumula carbón en el mismo, se reduce el consumo de diésel de 50 litros/hectárea a 16 l/ha, evitando la emisión de millones de toneladas de CO2, entre otras realidades comprobadas y no solo situaciones hipotéticas. ¡Cuidado de que el remedio sea peor que la enfermedad!

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