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19 de enero de 2019, 4:00 AM
19 de enero de 2019, 4:00 AM

Lo que necesitamos es insertarnos en la economía del conocimiento, porque el siglo XXI será el tiempo del pragmatismo como ideología. Así, pues, grandes obstáculos enfrentarán los gobiernos que pretendan ideologizar su economía o su educación, o ambas.

Por otra parte, las naciones que miren los problemas de la hacienda y la pedagogía con un alto sentido de oportunidad, con visión de resultados a corto y mediano plazo, tendrán casi únicamente oportunidades y pocos obstáculos propiamente dichos. En Bolivia, y desde su fundación en 1825, la cuestión indígena sigue siendo justamente eso, una ‘cuestión’, un asunto no resuelto o una dificultad pendiente.

El problema está en pensar que la redención del indio se da a través de un puro desplazamiento económico, lo cual es una verdad a medias. Es que la verdadera liberación del nativo de los Andes, valles y llanos tiene relación con dos componentes: economía y cultura. Como lo plantearon los pensadores del nacionalismo revolucionario y algunos novelistas de la literatura boliviana, la cuestión debe ser flanqueada desde esos dos puntos estratégicos. No se pueden desconocer los éxitos obtenidos estos últimos años en este sentido. Y es que ha habido, ciertamente, un apreciable deslizamiento de capas econó- micas y estratos; no obstante, lo que faltó a esa dinámica sociológica fue el componente cultural o de educación, y es que con este último elemento la lógica hubiese sido integral. Porque como en todo proceso de desarrollo, hay una primera fase que está relacionada con el crecimiento (que es el aspecto económico) y una segunda que se vincula con el procesamiento de ese crecimiento (que es el aspecto cultural).

El actual sistema de educación, uno que tiene la idiosincrasia nativa y las formas ancestrales como ejes únicos o patrones incuestionables de movimiento, ha hecho de la forma y los contenidos educativos una limitación en cuanto a la ilustración y el avance mundiales se refiere. Y es que la brújula de la formación humana, sin que esto signifique olvido y menos repudio de lo originario o natural, no puede estar obsesivamente anclada a la reivindicación de los modos de vida ancestrales, estando estos reñidos o cuando menos siendo incompatibles con las actuales pulsiones del avance de la cultura y la ciencia universales.

Este problema puede ser bien evidenciado en las comunidades rurales bolivianas, ya sean de occidente, oriente o valles, y muchas veces ocurre que las formas de explotación de la tierra, por ejemplo, no armonizan con la forma de trabajar la tierra haciendo uso de los elementos que provee la modernidad globalizada. La educación gubernamental debe hallar una lógica que, sin dejar de valorar la historia y la riqueza cultural, nos despoje de aquellos reductos de chovinismo que nos truncan. El punto está en terminar con el aislamiento internacional que es fruto del fanatismo y la idolatría por la historia, culto perverso que se ha instituido en los últimos años

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