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16 de septiembre de 2019, 4:00 AM
16 de septiembre de 2019, 4:00 AM

La serie Chernobyl me dejó fascinado aunque posiblemente con más interrogantes que certezas. Empero, una certeza sí me quedó clara: los políticos ocultan los hechos, si los hechos no coinciden con sus propósitos políticos. ¿Alguna novedad en el frente? No, seguramente sabía aquello antes de ponerme a ver los intensos capítulos de esta producción televisiva. Sin embargo, una cosa es saber el qué y otra cosa saber el cómo. El qué está claro: los políticos mienten y acomodan los sucesos a su real conveniencia. Queda pasar a la segunda cuestión: ¿cómo lo hacen? Y es por esta razón que leí la investigación de la politóloga Olga Kuchinskaya, La política de la invisibilidad (The Politics of Invisibility) publicado por la Universidad de Cambridge que analiza exhaustivamente lo ocurrido en Chernobyl. La autora parte de una hipótesis: la mentira requiere de cierta infraestructura de invisibilización. Así como para construir un edificio necesitas de una topadora, una volqueta además de un sinfín de herramientas –esa es la infraestructura de la construcción-, para impedir que salga la verdad requieres también de una infraestructura con su personal a cuestas. El capataz de la obra ingenieril tiene como su equivalente al operador de la mentira o de la verdad parcial. La volqueta tiene como su equivalente al ministerio de informaciones –un verdadero ministerio de la propaganda-, la topadora tiene como su equivalente a los canales estatales o paraestatales haciendo coro de la noticia “verdadera”. En fin, es ésta la infraestructura de la invisibilización.

¿Ocurre en Bolivia respecto a nuestro Chernobyl medioambiental: la Chiquitania? Por supuesto que sí. Circula en redes un análisis estadístico de lo que gasta el Gobierno en publicidad para mostrar a Evo como un paladín ambiental. Se afirma que se estaría gastando casi 100.000 dólares por día en este cometido. La infraestructura de la invisibilización se parapeta más sólida que nunca, con el ministerio de información a la cabeza y de ahí “para abajo” con los diversos engranajes de esta infraestructura: los periódicos estatales y paraestatales, los canales y radios afines al Gobierno, las páginas web orientadas a difundir los mensajes “oficiales”, los institutos internacionales que hacen eco de la “valentía de Evo Morales”, etc.

Un segundo concepto usado por la profesora Kuchinskaya es el de “producción social de la ignorancia”: sí, la ignorancia no es algo natural. Es algo creado. Hay que producir ignorancia igual que Manaco produce zapatos. Debemos fabricar ciudadanos desinformados igual que Burger King produce hamburguesas en dosis de invisibilización calculadas según la respuesta de la misma población.

¿Ocurre en la Chiquitania? Sí, aparecen los intelectuales-mercenarios del MAS fabricando ignorancia. El modo preferido es acusando de racistas a quienes critican la entrega indiscriminada de tierra a sectores campesinos. Desvían un problema de entrega prebendal de la tierra, contubernio antiecológico con los grandes empresarios agroindustriales, mercantilización de la Chiquitania, copamiento institucional del INRA y la ABT, solidificación de un modelo agrario extractivista, entre otros detalles, apuntando a…¡los racistas! ¿Y es que no hay racistas? Claro que sí, pero centrarnos en ese detalle obviando el conjunto de elementos es parte de lo mencionado: la producción social de la ignorancia. Quieren fabricar ignorantes que de yapa se enardezcan: “los racistas la van a pagar, carajo”.

Un tercer concepto propuesto por esta académica es de hipervisibilización, que hace referencia a aquellos ciudadanos que no quieren comerse el cuento gubernamental. No quieren comerse ese producto de invisibilización, y por no querer hacerlo, se van al otro vértice y sobre-exageran la verdad. Si hay alguna persona enferma de cáncer a causa de la radioactividad, la muestran en su cojera, ceguera, llanto, decadencia gradual y demás detalles que tienen la intención de enfatizar desproporcionadamente la desgracia en curso, buscando equilibrar la balanza a costa de perder cierta perspectiva menos fiel a los hechos generales (y no solo a un caso particular). En ese sentido, la realidad casi nunca aparece: vivimos entre la invisibilización y la hipervisibilización. He ahí la necesidad de contar con informes científicos lo menos contaminados políticamente.

¿Ocurre en nuestro caso? Sí, se esgrime desde tesis alarmistas: “el fuego va a llegar a Santa Cruz”, o “el fuego no va a poder ser controlado”, hasta sentencias escatológicas: “es el final de la Chiquitania y de los millones de especies”. ¿Criticable? Por supuesto que no. Frente a la indolencia bio-criminal del Gobierno, es imprescindible llamar la atención. Eso no lo vas a lograr con proclamas a la cordura. Los “mesurados”, aunque no dejan de tener razón invocando la visibilización del problema (y no a su invisibilización o hipervisibilización), creen que el asunto es de taller universitario.

¿Qué debemos hacer? No hay duda: detener el fuego, en lo inmediato, modificar el modelo extractivista en lo mediato. Seguro que sí. Pero además de estos retos decisivos no es menos vital la necesidad de buscar la verdad. Debemos exigir una auditoría medioambiental internacional ¡YA! La negativa a declarar emergencia y pedir ayuda internacional es solo una muestra de que la invisibilización de Chernobyl ronda nuestros confines patrios.

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