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8 de noviembre de 2018, 4:00 AM
8 de noviembre de 2018, 4:00 AM

Estaba en la boca del túnel de ingreso, su respiración se hacía cada vez más agitada, un hilo de sudor bajaba de la frente, daba saltitos seguidos mientras prolongaba sus ejercicios, minutos antes de ingresar se arrodilló, juntó sus manos, miró al cielo y rezó; gotas cayeron de sus ojos, salió corriendo, gritando, gesticulando, afuera, 30.000 armas lo apuntaban, estaba totalmente nervioso. “Hay balas para todos”, “No manchen la historia”, “Respeten los colores”, estos mensajes fueron pintados en inmediaciones de la sede de un club de nuestra ciudad previo a un partido importante.

El fútbol es un juego pero de juego ya no tiene nada, a mi mente viene el recuerdo del jugador colombiano Andrés Escobar, que fue asesinado luego de disputar el mundial en Estados Unidos, debido a un autogol que él cometió ocasionando la eliminación de su selección. ¿Cómo sería entrar al estadio y jugar un importante partido de fútbol con la sensación de que te están apuntando con armas de fuego? Estoy seguro que nadie se atrevería ni a pisar el terreno, y eso es lo que pasa.

Las armas se confunden y se camuflan entre silbidos y cánticos, se esconden entre cohetes y palabras irreproducibles. Las armas son naranjas, chupetes, monedas o todo lo que esté al alcance.

Desde niño he ido al estadio acompañando a mi padre y siempre ha habido hinchas que creen que deben ir a relajarse, a expulsar todo su estrés semanal con gritos desmedidos hacia personas de carne y hueso como son los futbolistas, pero llegar al extremo de amenazarlos de muerte es inconcebible.

¿Por qué será que los jugadores no rinden como lo hacen en otros clubes? ejemplos hay muchos; ni bien les pasaban el balón empezaba esa silbatina general que ponía nervioso al jugador, o esos gritos de que lo cambien…nadie puede rendir así. Y, luego se van a otro club y son figuras, y los hinchas empiezan a hacer objeciones y preguntas de que por qué no jugaban así.

Cierto día, asistí a un partido donde estaban jugando la final del campeonato del barrio, todos gritaban y gesticulaban para que su equipo gane, presionaban al árbitro y reclamaban al arquero que no atajó el penal, los niños de cinco años estaban tan aturdidos que no podían hacer dos pases seguidos, minutos después del pitazo final me marché con una pregunta difícil de responder, si así les gritan a sus hijos, como gritarán en la noche cuando vayan a apoyar al equipo del cual son hinchas. Encendí el auto, mire a mi hijo y le dije: usted se dedica a estudiar.

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