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3 de septiembre de 2018, 3:00 AM
3 de septiembre de 2018, 3:00 AM

En un lejano país vive un presidente que está convencido de que la elección indefinida al trono del poder es un derecho humano, tan indispensable como el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda y a la mismísima vida que fueron proclamados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París de 1948.

Pero como nada es perfecto, el presidente siente que hay que enmendar ese error de que no se permita la reelección indefinida y que es hora de que esté contemplada pese a que la Constitución de ese país lejano establece que una persona no puede gobernar por más de dos periodos consecutivos y que él perdió un referendo en el que intentó anular esa limitación porque la mayoría del pueblo dijo No.

Declarar un derecho humano para que su cumplimiento genere las condiciones indispensables para que los seres humanos vivamos dignamente en un entorno de libertad, justicia y paz. Ese es el objetivo que persigue la declaratoria de un derecho humano y es ahí donde el presidente de ese país lejano alega que se le debe permitir que se repostule una y otra vez, una y otra vez... por siempre y hasta el fin de los siglos...

Es que si no ocurre eso, si no se le da esa posibilidad, si no se le cumple ese deseíto, el presidente de ese país lejano no podrá soportar sus días ni sus noches porque pareciera que el poder es como el agua y el aire que necesita para respirar. “Entiéndanme por favor”, lo imagino decir, sabiendo que el hombre ya lleva más de 12 años en el poder, arropado por algunos adulones palaciegos que le hacen sentir un inmortal, el jefecito que todo lo puede, el que tiene siempre a alguien ahí para que le anude el zapato, una banda militar para que le toque la diana cuando mete los goles en los partidos de fútbol que él arma los fines de semana para quitarse el estrés. Tampoco tendrá su avión presidencial a la mano ni su Casita de Gobierno de veintitantos pisos que hizo construir en sus arrebatos de faraón, ni le lloverán halagos en los eventos de entregas de obras donde le agradecen con un ahínco tal que uno puede pensar que el presidente de ese país lejano invierte con el dinero de su bolsillo.

Entonces, por humanidad, este presidente está empeñado en que lo dejen presentarse de nuevo a la candidatura para gobernar el país. Solo pide que lo entiendan porque, además, se siente el mesías que el país necesita para no perderse en el camino y que él ya no se hace en otro rol de la sociedad. Que no se diga que no lo ha intentado. Incluso una vez dijo que solo era un inquilino del Palacio de Gobierno, que cuando le toque el día y la hora de irse lo haría sin problemas y que pondría un restaurante en aquel pueblito donde hizo su cuna política. Pero me imagino que lo ha pensado muy bien, se ha dado cuenta que mandar en un restaurante ya no será lo mismo que hacerlo desde el sillón presidencial del que no se quiere ir, no porque no quiera, sino porque en estos años largos se ha dado cuenta que así como el aire y el agua y los alimentos son vitales, el poder eterno también lo necesita para poder vivir.

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