Opinión

El nuevo parlamento

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23 de julio de 2019, 4:00 AM
23 de julio de 2019, 4:00 AM

La característica que ha marcado la conformación de listas de candidatos a diputados y senadores muestra una combinación desigual que incorpora ciudadanos sin militancia política y una presencia considerable de jóvenes activistas y representante de la sociedad civil. Habría que empezar el análisis reconociendo que, contra todo juicio previo, el MAS, que hubiera preferido permanecer como el único y eterno partido, no tuvo más opción que reconstruir el sistema político que se empeñó en pulverizar a lo largo de 12 años.

La fachada democrática que necesita mostrar tuvo un costo: aceptar que no estaba solo en una sociedad pluricultural políticamente activa. La reconstrucción del sistema de partidos suponía la puesta en marcha de nuevos mecanismos de representación social en los que por fuerza deberían estar presentes todos los sectores; clases medias, la nueva burguesía chola, la agroindustrial, las emergentes del sector informal e incluso las ilegales a más de las etnias propiamente dichas.

La tozuda insistencia de instalar en la subjetividad social la imagen de un país de indios originario campesinos y nada más como imagen exclusiva del nuevo Estado se fue al tacho de historia. La consecuencia de esto es que las listas del MAS tienen más del 30% de ciudadanos que no se identifican étnicamente.

En Comunidad Ciudadana y Bolivia Dice No la combinación se reproduce en proporciones diferentes, pero todas intentan plasmar un crisol de representantes ciudadanos de filiación sociocultural diversa. A la visión racista del oficialismo le ha ganado una pluralista y democrática.

Lo que estas elecciones dejan en claro es que la intención de crear un país homogéneo en sus visiones y munido de una lectura etnocéntrica centrada en la concepción indígena del Estado, tan acaloradamente pregonada por el segundo hombre del Estado no ha dado el menor fruto. Los bolivianos, seguimos reconociendo que hacemos parte de una diversidad que exige niveles de representación política activamente. La oposición realizó una selección de candidatos en los marcos de su propia estrategia.

La selección de ciudadanos jóvenes, con una clara visión democrática y no siempre con la experiencia necesaria fue la tónica que marcó el proceso.

En el oficilismo la tónica fue diferente, a palazos y arrojando sillas se disputaban claramente las cuotas que ofrece la corrupción y el prebendalismo. No se trataba de una democrática confrontación de capacidades o fidelidades partidarias, se trataba de una disputa por ver quien se apoderaba del botín que brinda el partido.

Hicieron la mejor representación del “Síndrome Achacollo” en su más excelsa teatralidad. El electorado se pregunta de dónde salieron los candidatos; la respuesta está a la vuelta de la esquina: Los primeros (los jovencitos) son el producto de 14 años de silencio generacional inducido por el miedo, el cohecho, y el discurso masista.

Los segundos, fueron el producto de catorce años de corrupción y desgobierno. Los primeros quieren hacer patria, los segundos plata. Presenciamos así un proceso sui generis en la historia política de nuestro país. Presenciamos un momento en que el ciudadano debe elegir entre los peores daños y las mejores intenciones.

Entre la posibilidad de construir un país de verdad, con todos y con todo, o entre la posibilidad de ratificar una orgia de Poder que, con algunos aciertos, ha fracasado como un proyecto moderno para la sociedad boliviana

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