Opinión

El debate imposible

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11 de junio de 2019, 4:00 AM
11 de junio de 2019, 4:00 AM

Si hay algo imposible de lograr es que el presidente Evo Morales asista a un debate público como parte de la contienda electoral. No lo ha hecho y no lo hará, no solo porque siempre mostró notorias debilidades a la hora de argumentar posiciones o justificar algunos actos que la opinión pública demanda, sino porque el único discurso que domina es el que lo llevó al poder en 2006; empero, en la historia que él mismo ha construido en casi tres lustros, todas las buenas razones que lo hicieron un candidato ganador y una promesa para el futuro nacional se han consumado. Evo Morales ya no tiene discurso.

Nada que decir en un debate público. En este sentido sería ingenuo pensar que los postulados que Evo Morales encarnaba en 2006 solo fueron discursos de emisión, argucias populistas o la puesta en escena de un conjunto de proyectos al margen de lo que en ese momento la historia exigía como condición para el desarrollo de la democracia boliviana.

Todo lo contrario, el discurso masista de la primera época fue un planteamiento que, de haberse ejecutado en los marcos de la democracia y en sujeción a los principios de la modernidad, perfilaba un salto cualitativo ineludible para el desarrollo de la democracia nacional en todos sus sentidos y que, en términos generales, podría resumirse en el postulado de la inclusión con libertad bajo el imperio de la ley.

El régimen del MAS hizo, en este sentido, lo que no hizo la democracia representativa. Han transcurrido 14 años y nadie puede negar que la historia nacional dio un giro de 180 grados y que el país se ha transformado.

El discurso de Evo Morales dio así los resultados que las fuerzas sociales movilizadas en 2003 contra Sánchez de Lozada esperaban desde hacía mucho tiempo atrás. Pero esto ya es historia: todo cambió, el país es otro, es cierto, excepto el discurso masista. Esta es la razón fundamental por la que Evo Morales no puede debatir.

Los argumentos que lo hicieron caudillo se han consumado, unas veces de forma honesta y positiva, otras con argucias demagógicas de corte populista. Evo Morales no tiene nada que proponerle al país, solo necesitamos escuchar con cierto detenimiento el conjunto de argumentos que intentan justificar cada uno de sus actos para reconocer en ellos un rosario de enunciados que se repiten cotidianamente desde hace 14 años; el imperio, la derecha, los neoliberales, el pasado, los perfiles mesiánicos del caudillo y un océano de realizaciones de dudosa validez forman el núcleo de argumentos oficialistas, ¿podría Evo Morales decirle al país algo diferente? Imposible.

La única propuesta que podría mostrar cierto avance ideológico y discursivo en el presidente y su partido sería reconstruir la democracia que se empe- ñó de destruir, una posición que lo pondría en la misma rasante de la oposición; es decir, un contrasentido imposible de suceder.

Lo que en el fondo sucede es que los discursos políticos enfrentan ineludiblemente el límite de la realidad, y la realidad del MAS y su caudillo es que la historia que ellos mismos crearon los ha rebasado y el producto de tres lustros de desgobierno los enfrenta a lo que tanto despreciaron: la democracia. Reconocer que la forma de ser de la sociedad boliviana es la democrática y aceptar que el paso siguiente del ‘proceso de cambio’ es retornar a una democracia plena, supondría aceptar su derrota ante la historia y eso no puede ser parte de su discurso electoral. En pocas palabras, perdieron el discurso.

Frente a esta falencia sale al paso su vicepresidente que, en una crisis de soberbia intelectual casi patológica, desafía al menos a seis contendientes. Si este grotesco escenario se llevaría a cabo, el ideólogo número uno del régimen hablaría de sus autores preferidos en el intento de transformar una palestra propositiva en una cátedra propia del Socialismo Siglo XXI o de un marxismo trasnochado; es decir, no tendría nada que decirle al ciudadano de a pie, y aunque semejante estrategia resulte en unos casos muy interesante a los sociólogos, y en otros, un glosario propio de la materia de psicopatología social, está muy lejos de lo que los hombres y mujeres de Bolivia esperan de un debate electoral y político.

Sería en el mejor de los casos una buena terapia para alimentar su ego. Desde esta perspectiva, el debate que reclama el ciudadano no se llevará a cabo jamás, y no por temor a que la oposición les refriegue en el rostro sus errores y el mar de corrupción que los rodea, sino, porque el discurso masista ya no engrana con la Bolivia posevista, una Bolivia que se organiza desde abajo, y que, a pesar de la estructura hegemónica del MAS, pone en evidencia que el tiempo de Evo acabó y que la única manera de no replicar el desastre venezolano estriba en construir una sociedad más allá del MAS y del evismo.

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