Opinión

El cartero no llamará nunca más

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27 de abril de 2018, 4:00 AM
27 de abril de 2018, 4:00 AM

Es interesante descubrir que -según la página institucional de Correos de Bolivia-, el servicio postal boliviano nació tres días antes que la propia República, 3 de agosto de 1825. Aunque, recién el 8 de octubre de 1990, bajo la presidencia de Jaime Paz, se convirtió en Empresa de Correos de Bolivia (Ecobol). Este pasado 1 de marzo, a través del D.S. Nº 3495, se ordenó la liquidación de Ecobol y la creación de la Agencia Boliviana de Correos.

Sería muy complejo y ambicioso intentar hacer un inventario exhaustivo de todas las razones que llevaron a la quiebra de esta empresa. Mencionaré los aspectos más relevantes: falta de eficiencia en la calidad y cantidad de sus servicios; altos costos laborales y un desquiciado manejo sindical -muy parecido al del sector salud- que impidió racionalizar la gestión; serios desequilibrios económico-financieros, que hicieron insostenible su continuidad; escasa innovación tecnológica, que hizo poco competitivos sus servicios frente a operadores privados; y una falta de visión de la transformación del propio sector, que con el correo electrónico y los negocios por internet, pasó de transportar cartas o documentos a paquetes o encomiendas, que contienen productos del comercio electrónico, y que necesitan alta seguridad, rapidez y confiabilidad en los tiempos de entrega.

Con mucha tristeza y melancolía, visité el galpón -no puede llamarse de otra manera- que cobija los estantes metálicos donde todavía está mi vieja casilla postal, la 4110. Para mi sorpresa, entre medio del caos y desorden en que los liquidadores están enterrando este cadáver de larga agonía, encontré un sobre -lleno de polvo- a nombre de mi esposa, de una vieja suscripción del país del norte, que todavía confía en esta empresa pública de servicios postales.

Estoy seguro de que un millennial no sabría qué hacer si se le pide que ‘franquee una carta’. Con el correo electrónico y otras formas de comunicación actuales, no ha tenido nunca la experiencia de escribir a mano, doblar y meter una carta en un sobre de papel, rotular el anverso con los datos del destinatario, el reverso con los del remitente, mojar con la lengua el pegamento para cerrar el sobre, acercarse a la oficina de correos para comprar estampillas en función del peso, que se las sellen después del pago, y depositar la correspondencia en el buzón de destino (local, nacional, Sudamérica, Norteamérica, Centroamérica, Europa, Asia, Oceanía o África) sin la certeza del tiempo de llegada.

El sobre podría ser transportado por tierra, mar o aire; depositado luego en una casilla postal, hasta que su destinatario vaya a buscarlo; o un cartero llame a su puerta.

En la actualidad, esa misma operación, la hace gratis desde su celular con el WhatsApp, y verifica de inmediato si su mensaje llegó a destino -y si no lo dejan en ‘visto’-, puede exigir una pronta respuesta. Frente a la vieja costumbre de enviar un saludo en el reverso de una tarjeta postal, con recuerdos fotográficos de un viaje, una ‘selfi’ en Facebook o Instagram, reemplazaría ese gesto cortés.

La velocidad de los tiempos presentes, hace casi imposible explicar la experiencia emocional que se vivía a la espera de una carta, y peor aún, si esta era la respuesta a una propuesta de amor. Imagínese, la respuesta de sus sueños, olvidada en una sucia casilla, habitada por fantasmas y devorada por un ratón enamorado.

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