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25 de junio de 2019, 4:00 AM
25 de junio de 2019, 4:00 AM

La corrupción no se relaciona solo a ocupaciones, profesiones, riqueza de los países ni a una falta de educación o carencia de formación profesional; en realidad, tiene que ver con el deterioro de los valores de la conducta humana. La ignorancia no necesariamente es esencial para la corrupción, ya que puede haber corruptos sin instrucción, así como grandes hechos de corrupción cometidos por personas de buenos modales, con educación superior, profesionales con un alto grado de formación académica (escándalo Watergate, caso Lava Jato, fraudes electorales, etc.).

La naturaleza egoísta de la especie humana engendra la angurria por conseguir más dinero en corto tiempo y con el menor esfuerzo posible, bajo la idea de vanagloria, de aparentar prosperidad, poder o exitismo alimenta la corrupción y los delitos relacionados con ella. Por ejemplo: corrupción y legitimación de ganancias ilícitas son hermanos de sangre, dado que el lavado de dinero favorece la corrupción, al permitir que esta sea una actividad lucrativa.

Debemos entender que cuando la corrupción (hábito de transitar a través de los atajos) se enraíza en una sociedad, se convierte en un estilo de vida, que también lleva por nombre doctrinal “estado de corrupción” o “sistema institucionalizado de corrupción”. Una sociedad con dicho estilo de vida no debe extrañarse de los frutos que produce. La burocracia (entendida como la administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas) junto con el excesivo costo de legalidad, esto es, el infierno fiscal, la presión impositiva, además de las imposiciones arbitrarias que desalientan la inversión privada productiva, terminan convirtiendo a los formales en esclavos, agobiados y presionados con una serie de cargas públicas y sociales, mientras que la informalidad o los delincuentes, como ser: contrabandistas, evasores, testaferros, políticos corruptos o funcionarios disolutos (que exigen pago de porcentajes para adjudicaciones, etc.), lavadores de dinero, entre otras modalidades más de delincuencia, siguen en aumento y son arrogantes, creyendo que vinieron a este mundo para ser ególatras y que el propósito de vida consiste en conseguir dinero ‘como sea’, acumularlo, sin importar la manera ni su procedencia.

Por lo expuesto, en la lucha contra la corrupción, además de la exigencia de transparencia, es importante implementar dos acciones: 1) el fortalecimiento del individuo y de la sociedad civil mediante asociaciones de lucha contra la corrupción con financiamiento privado e independiente al poder político o partidario y que tengan accesibilidad efectiva con libertad de control social a todos los servidores públicos en todas las reparticiones estatales, tal como explico en mi libro Los Delitos de Corrupción, publicado en 2011; y 2) la contención del poder; evitando el surgimiento de la cleptocracia, limitando el poder absoluto de la administración pública y, al mismo tiempo, evitando la promulgación de normas que atenten contra las libertades individuales.

En cuanto a la lucha contra la informalidad, es hora de una reforma tributaria, no a través del aumento de los impuestos, sino encaminada hacia la eliminación de las exoneraciones tributarias, achicar al Estado, ampliar la base tributaria bajando significativamente las tasas impositivas, luchando eficazmente contra la evasión y simplificando sustancialmente los trámites administrativos no únicamente para el pago de impuestos, sino promoviendo tal situación para todo el aparataje estatal.

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