Opinión

Cómo mueren las democracias

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16 de marzo de 2019, 4:00 AM
16 de marzo de 2019, 4:00 AM

Bajo este sugestivo título, dos profesores de la Universidad de Harvard -Steven Levitsky y Daniel Ziblatt- exponen un conjunto de ideas sobre el funcionamiento efectivo y sobre el posible destino de los regímenes democráticos contemporáneos. Suponen que las democracias pueden morir e intentan responder a la pregunta sobre la forma en que este extremo puede llegar.

En principio, se piensa que el quiebre de un régimen democrático es la consecuencia de un movimiento insurreccional conducido por las fuerzas armadas y apoyado en el uso de la fuerza. A guisa de ejemplo, cabe mencionar la caída y muerte del ex presidente Salvador Allende y la consiguiente ruptura del régimen democrático chileno. De igual manera, los golpes de fuerza que, a mediados del Siglo XX, se dieron en Argentina, Brasil, Bolivia y Uruguay, así como en Turquía y Grecia. “Así es como solemos creer -dicen los autores- que mueren las democracias: a manos de hombres armados”. Sin embargo, “existe otra manera de hacer quebrar una democracia, un modo menos dramático, pero igual de destructivo”.

Esta nueva forma se caracteriza por un paulatino o, a veces abrupto, “deslizamiento” hacia el autoritarismo. “Las democracias pueden fracasar -subrayan los autores- en manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder”. Como ejemplos paradigmáticos mencionan los quiebres democráticos en Italia, Alemania y Venezuela, resultantes del encumbramiento al poder de Benito Mussolini, Adolfo Hitler y Hugo Chávez. En estos y otros casos parecidos, según Levitsky y Ziblatt, “las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas perceptibles”.

El riesgo de caída por esta vía no es ajeno a ningún régimen democrático, ni siquiera al de Estados Unidos considerado uno de los más sólidos pues se asienta sobre “cimientos robustos”. Sin embargo, la duda sobre si, en efecto, son robustos se ha hecho más evidente desde 2016, cuando -a decir de los autores- los estadounidenses eligieron como presidente a “un hombre sin experiencia alguna en la función pública, con escaso compromiso con los derechos constitucionales y con tendencias autoritarias evidentes”.

Muchos piensan que el “sistema de mecanismos de control y equilibrio” de la Constitución Federal aleja el peligro de una ruptura. Sin embargo, Levitsky y Ziblatt piensan que es necesario reforzar el mismo con dos “reglas” de comportamiento político “no escritas”: 1) La “tolerancia mutua” o el acuerdo de los partidos rivales a aceptarse como “adversarios legítimos” y 2) La “contención” de todos los actores a la hora de desplegar sus “prerrogativas institucionales”.

 

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