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14 de marzo de 2019, 4:00 AM
14 de marzo de 2019, 4:00 AM

Mi amigo Guimer Zambrana -que me ayudó a encontrar los restos del escritor Carlos Medinaceli- me mandó el lunes el Catálogo de la librería del que fue Dr. Modesto Omiste, impresa en la Tipografía Italiana, de Potosí, en abril de 1903.

Se trata de una joyita literaria y él me lo hizo notar así. “Una buena nota: ¿qué leía Omiste en el Potosí de aquellos años?”. Don Modesto fue un escritor, periodista, maestro, abogado, político, diplomático e historiador que actualmente es más conocido por su recopilación de las Crónicas Potosinas. Desde luego que revisar sus lecturas es interesante pero resulta que el catálogo es de 1903 y Omiste había muerto en 1898. Por tanto, la primera presunción es que su biblioteca fue puesta a la venta por sus herederos porque cada una de las piezas de la lista tiene, en columna derecha, su precio en bolivianos.

Desconozco lo que habrá pasado con las joyas que aparecen en el catálogo, desde los 30 tomos del Curso del Código Civil de Napoleón, de Charles Demolombe; hasta los Anales de Potosí del que por entonces era conocido como Bartolomé Martínez y Vela, que imagino en edición príncipe. Lo más probable es que fueron vendidos por piezas, o regalados, pero, al final, se desperdigaron en partes.

Ese es el destino que corrieron las bibliotecas de muchos grandes hombres y hasta de los más prolíficos investigadores. En 1984, por ejemplo, falleció el mayor historiógrafo de Potosí, Mario Chacón Torres, sin dejar descendencia. Es un misterio el destino que pudo haber corrido su prestigiada biblioteca.

No todos tienen el mismo aprecio por los libros y, por ello, estas fuentes documentales y de información corren riesgo de desaparecer. Es el destino que amenaza, actualmente, a la biblioteca de Armando Alba, otro ilustre personaje potosino, conocido por haber rescatado la Casa de Moneda. Esta igualmente prestigiada colección se encuentra arrinconada en un cuarto de la casa que comenzó a desmoronarse el 25 de febrero, cuando se hundió el techo de la planta alta.

Hay volúmenes apilados y muchos ya se están doblando, por los espacios vacíos. Están allí, dañándose sin servir a nadie mientras se intenta rescatar por lo menos parte del legado de su propietario, el gran Armando Alba, cuyo retrato aparece en otro rincón, con el rostro vuelto hacia un lado, como intentando evitar ver cómo se pierde aquel caudal cultural que él atesoró en vida.

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