Lo dicen promotores de lectura que usan títeres, música, textiles y juegos para transmitir historias. Un docente señala que hay colegios que imponen la lectura de libros complicados solo para adquirir prestigio

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14 de septiembre de 2019, 4:00 AM
14 de septiembre de 2019, 4:00 AM

Señal clara de que se ha logrado emocionar con la lectura a un niño: pide que le lean. O que le cuenten una historia. No importa que no sepa leer.

La narración puede sonar como un poema, puede ser una película que el niño cuente o el suceso que, desde la oralidad, le transmite una abuela. Llegar a ese punto es un trabajo arduo que ha visto de cerca Jessica Freudenthal, que trabajó en varios talleres de estimulación de la lectura en el oriente boliviano.

Es parte del Colectivo Lee, que fundó con otros promotores en Santa Cruz. Ahora imparte sus conocimientos en el colegio Alemán de La Paz. La ludoteca de palabras es una serie de juegos creada por ella para estimular la lectura

Música y poesía

Óscar Gutiérrez propone a los estudiantes un viaje al corazón de Santa Cruz. Ayer concluyó una serie de 16 recitales poéticos en los que cuenta Empieza con Cañoto. Los chicos escuchan canciones con la letra escrita por el combatiente José Manuel Baca, Cañoto (musicalizadas por Gustavo Rivero, que también es parte del recital).

Viajan a través del Paquito de las Salves, la obra picaresca y costumbrista de Marceliano Montero, pasan por Raúl Otero Reiche y llegan hasta Óscar Barbery, sin olvidar a Hernando Sanabria y al compositor Susano Azogue.

Les gusta presentar al libro como un juguete. Rivero creó un juego de palabras que consiste en inventar frutas y rimar. “Tomate mando estos versos...”, canta, y los chicos van aprendiendo los nombres de frutas regionales y despertando a la música de las palabras. En suma: hicieron un programa propio, en el que se presentan como lectores en ejercicio y tratan de emocionar a niños y jóvenes.

Lo hacen en el marco del Programa de Fomento a la Lectura que el gobierno municipal realiza cada año a fines de agosto y principios de septiembre. Una pregunta que el docente Pablo Carbone se hizo siempre consiste en los errores que el sistema educativo comete cuando se trata de estimular el gusto por la palabra.

Si bien acepta que, en algunos casos, el problema está en el docente, el sistema hace que los profesores impongan la lectura casi de forma obligatoria. “Cuando se trabaja con adolescentes, la obligatoriedad es contraproducente. Se resisten en muchos casos ante las exigencias de lo que ven como autoridad”, dijo

Tomá, leé

 Carbone es uno de los sostenedores -en el colegio De La Sierra- de un programa llamado Autor Nacional, que encamina la lectura de los estudiantes a obras de escritores bolivianos, con los que luego interactúan después de crear a partir de esos textos.

El profesor considera que lo mejor es dejar que los estudiantes tengan momentos de lectura por placer. Una herramienta clave es la biblioteca de aula, que se forma sobre la base de las preferencias de los chicos.

“En algunos casos permito, bajo supervisión, que bajen textos en PDF, porque hay plataformas con literatura acorde con la edad, sus gustos e intereses. Estos textos sirven como gancho, para que, con el andamiaje de la literatura, los docentes introduzcamos textos de mayor calidad literaria”, comentó. Cuando trabajaba en un colegio diferente, desde la dirección se imponía la lectura de El Quijote y La Odisea.

“Era solo para que el colegio se vea como un lugar donde se leían estas grandes obras de la literatura clásica”, contó. La orden no tomaba en cuenta la preferencia de los alumnos y menos su capacidad como lectores.

“La obligatoriedad es un problema grave. Matamos lectores a temprana edad”, lamentó. Leonardo Cardozo, integrante de Equipo Logos, utiliza títeres para contar las historias e interactuar con los libros.

Alejandra Barbery encara sus talleres como un manual para soñar. Parte del proceso de escritura para llegar a la lectura, aunque a veces se crea que se debe seguir el camino inverso. Como pintora, sabe que a los niños les gusta ilustrar sus historias. La clave, para esta artista, consiste en escuchar a los niños y, muy importante, no sermonear.

“Ellos lo perciben y no les gusta”. Claudia Vaca les propone crear palabras o buscar algunas con la misma terminación. Utilizaba la ‘lavadora de palabras’, que consistía en una caja con las palabras principales del libro que se estaba leyendo.

Luego se buscaba o ‘lavaban’ los significados. Así fueron reflexionando con verbos y sustantivos, y llegaron a pensar en los campos socioculturales de algunas de ellas. Como insiste Barbery, hay que tomar en cuenta que los niños son seres con absoluta y pura imaginación.