Poeta, ensayista, compositor, biógrafo, narrador, periodista. Las diversas facetas de Pedro Shimose hablan de alguien preocupado durante toda su vida por cultivar los valores humanos, resultado de una intensa búsqueda individual

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14 de septiembre de 2019, 4:00 AM
14 de septiembre de 2019, 4:00 AM

Dentro de seis meses cumplirá 80 años. Radica en Madrid desde hace 48, pero nunca se olvida de Bolivia, de Santa Cruz y de su natal Riberalta. Hace un lustro que no vuelve al país, por decisión propia.

Una serie de episodios ingratos en suelo boliviano lo obligan a aferrarse a la tierra que escogió para vivir. Un problema progresivo de visión le impide escribir y publicar los artículos que durante décadas brillaron en las páginas de la prensa nacional. Sin embargo, permanecen inalterables la lucidez y posición crítica, además de ese particular humor y amabilidad que lo caracteriza.

Todo eso se pone de manifiesto desde el momento en que contesta el teléfono para contar acerca del último reconocimiento que ha recibido. Pedro Shimose obtuvo, la embajada de Japón en Madrid, la Orden del Sol Naciente, que le fue conferida por el Gobierno de Japón. “Fue una bonita sorpresa.

Las condecoraciones son un regalo del cielo y de los amigos, de los que te leen, por lo visto”, comienza expresando el autor, que considera que el haber publicado una importante cantidad de artículos sobre la historia y cultura japonesa puede haber sido considerado como un mérito suficiente para que le sea concedido el honor.

Cuando empezó a trabajar en el diario Presencia, Japón se recuperaba de la derrota en la Segunda Guerra Mundial y empezaba a ser productora a escala internacional, con una impactante presencia en Bolivia, que comenzó con un programa de migración en el oriente boliviano. Uno de sus primeros artículos data de 1963 y coincidió con la apertura del camino hacia la colonia de San Juan de Yapacaní.

Escribir sobre el país de sus antepasados no se delimitó a la historia de la migración. En innumerables artículos, que se fueron acumulando a través del tiempo, el autor de Sardonia (1967) publicó reseñas sobre cine japonés (especialmente de los directores Yasujiro Ozu, Kenji Mizoguchi y Akira Kurosawa), como también sobre escritores japoneses (como Kenzaburo Oe, Ryunosuke Akutagawa y el premio nobel Yasunari Kawabata).

Cosas de vocaciones

El padre del joven Pedro Shimose quería que su hijo fuera médico, pero pronto se dio cuenta de que la cosa no iba por ahí. Con una vocación humanística muy profunda desde la etapa escolar, Pedro se inclinaba también por la matemática y la música, mientras que la poesía se manifestaba como una cualidad natural en su ser.

“Mi padre, siendo campesino y sin dominar la lengua española, era un hombre sabio que se expresaba muy bien. Hablaba poco, pero cuando hablaba, lo que me decía era importante”, menciona.

Cuando termina el colegio, decide continuar sus estudios en La Paz, sin saber que existía la carrera de Filosofía y Letras en la universidad pública. Finalmente estudia Derecho, sin abandonar su aspiración de ser escritor.

Enterado de este anhelo, su padre le preguntó qué quería escribir; Pedro le respondió: poesía. “Entonces me dijo: ‘Siempre serás pobre. La poesía no vende, es para minorías, mejor escribe novelas’. Y tenía razón (risas), como todo lo que me decía mi padre, que me respetó muchísimo”, enfatiza.

Gracias a una ‘vaquita’ que hicieron sus amigos de Riberalta, Shimose logró conseguir el dinero para viajar a La Paz. “Fue muy duro en un principio, pero me las batí. Dormía en barrios marginales, mientras asistía a la facultad de Derecho de la UMSA.

Pero yo leía más libros de filosofía y literatura que de derecho, porque varios de los textos de la carrera yo ya los había leído en la biblioteca de Riberalta. Pero, a pesar de ser buen alumno, no terminé la carrera. Porque yo sabía que lo mío eran las letras”, añade.

Shimose siente que ha tenido suerte en muchos aspectos relacionados con su vena artística y periodística (menos en la política, en la que considera que ha sido un fracaso total) y pone como ejemplo el concurso de poesía que ganó en la universidad, que tuvo como jurado al sacerdote Juan Quiroz, considerado en ese momento como el mejor crítico literario de Bolivia.

De la mano de Quiroz, Shimose ingresa a Presencia, donde le encarga la tarea de dirigir el suplemento cultural Presencia Literaria.

El beniano no solo dirigía y escribía en el suplemento, sino que también realizaba las ilustraciones. “Hacía todo eso y recibía un sueldo miserable, que apenas me daba para comer y pagar el alquiler del piso que compartía yo con tres compañeros”.

En poco tiempo, logra integrarse al mundo intelectual y artístico de La Paz, gracias a su firma en uno de los principales periódicos del país, en una época en la que la principal competencia era El Diario. “El desarrollo empresarial de Presencia fue muy difícil porque todos éramos jóvenes y soñábamos mucho. Además, eran épocas complicadas en la política boliviana, el MNR gobernaba con dureza y quería controlar a la prensa. Pero no lo logró, por lo menos no con nosotros”, asegura.

Con este corazón

Pedro Shimose fue un hombre de diversas facetas. Durante un par de años fue futbolista, integrante de Beni Fútbol Club (equipo riberalteño, uno de los primeros clubes deportivos del país), donde fue un mediocampista cerebral, al que le gustaba organizar el juego.

También fue un inquieto dirigente estudiantil que organizaba debates y actividades comprometidas con causas sociales y políticas.

Pero el arte siempre empujó con más fuerza. El poeta se complementaba con el músico que daba serenata y ya componía a temprana edad. Rondaba los 18 años cuando, en una tarde calurosa, se sentó a escribir una pieza inspirada en la historia de Chano Herrera, un vecino y amigo que intentaba persuadir a la madre de una muchacha que pretendía cortejar. “Oí, flojo, sinvergüenza, tiravida ¿qué querés?”, dice parte del estribillo de un taquirari que se convirtió en pieza fundamental en el cancionero popular boliviano: Sombrero ‘e saó.

La canción, que grabó por primera vez el Trío Oriental en 1966, no tardó en salir de las fronteras. El trío la ha tocado en innumerables ocasiones en las giras que dio por el mundo (incluyendo Japón), en una versión que sonó en radios de América y Europa. También ha sido interpretada y grabada por varios artistas en Argentina, Brasil y Paraguay.

“Esta canción me dio muchísimas satisfacciones, me hizo popular en Bolivia, pero también me dio muchos disgustos. Porque terminé en pleitos con las discográfica Lauro & CIA y Discolandia por derechos de autor que no fueron reconocidos en su momento. Le debo mucho a Sobodaycom, que en estos últimos años hizo las gestiones para que me llegue algo de lo que me corresponde”, explica.

Mientras se libraba de un juicio con los sellos disqueros que intentaban sacar más redito de su canción, en 1971 llega el golpe de Estado de Hugo Banzer Suárez y se ve obligado a huir de Bolivia con su familia. Al año siguiente, radicando ya en Madrid, gana el Premio Casa de las Américas 1972 por el poemario Quiero escribir, pero me sale espuma.

“Recibir un premio en Cuba por eso años significaba mucho para mí, a pesar de que me distancié bastante del castrismo y de la Revolución Cubana. Pero el Casa de las Américas me hizo famoso en el mundo. Eso tengo que reconocerlo. Fueron cerca de 30.000 ejemplares que se distribuyeron de ese libro”, menciona Shimose, que aclara que el título del libro es un verso extraído de Intensidad y altura, soneto del poeta peruano César Vallejo.

Haber sido uno de los pocos best seller bolivianos, para Shimose, no es poco, sobre todo por tratarse de poesía. Cada vez que reflexiona sobre ese aspecto resulta inevitable acordarse de su padre, que una vez le advirtió de que la poesía no vende. “De todos modos, jamás me imagine lo que lograría ese libro, mucho menos mi padre”, añade el poeta y se ríe por la ironía.

Shimose considera que la poesía la escribimos todos. Porque obedece a los sentimientos más nobles del ser humano. Y celebra. Celebra por la vida, por el reconocimiento que acaba de recibir y por la poesía, que hoy se la comparte, se la difunde, se la traduce y se la lee en público.

“Jean Cocteau dijo que llegará el día en que los poetas seremos como los mandarines chinos, que se encontrarán y se dirán poemas al oído, como un secreto. Eso está ocurriendo. Entonces siempre habrá poesía, porque sentimientos, como el amor, la muerte y la libertad, permanecerán”, finaliza Pedro Shimose.