El intelectual francés es uno de los invitados especiales de la FIL de Santa Cruz de la Sierra. Nos comenta su visión crítica y aguda de la realidad actual 

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2 de junio de 2018, 7:00 AM
2 de junio de 2018, 7:00 AM

Sami Naïr es uno de los intelectuales cuyas opiniones y análisis  tienen la agudeza y profundidad que nos permite ver con mayor claridad los hechos de nuestro tiempo y vislumbrar el futuro que nos espera. Su férrea defensa  de los derechos de los inmigrantes, su crítica a las desigualdades sociales, la banalización de las guerras y a las políticas que priorizan el mercantilismo por sobre el sujeto humano los ha plasmado en libros, conferencias  y en sus columnas habituales en diarios como Liberation, Le Monde y El País de España, por citar solo algunos medios donde su voz siempre produce escozores  a los representantes del establishment. Es que el filósofo, sociólogo y politólogo francés, de origen argelino, es una especie de conciencia crítica de nuestro tiempo.  

Sami Naïr es uno de los invitados especiales de la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz de la Sierra, donde ayer participó y hoy lo volverá a hacer en conversatorios con el público sobre diversos temas. Es la primera visita que realiza al país el pensador francés, que no esconde su entusiasmo por conocer esta visita. “Bolivia es un elemento importante del  imaginario  de nuestra generación desde la época del Che Guevara”, comenta Naïr, que  conversó con Brújula de lo que lo llevó a inclinarse a las ciencias sociales y compartió en una amena charla su visión de los tiempos modernos. 

— ¿Qué determinó su inclinación por las ciencias sociales? 
Curiosamente es una pregunta que me he hecho varias veces (risas). Bueno, pertenezco a la generación de estudiantes de los años 60-70. Para nosotros, en aquella época, la sociología y la filosofía eran disciplinas necesarias para entender el mundo, para explicarlo y para actuar sobre él. En aquella época tenía una admiración sin límites por Jean Paul Sartre, que era un poco nuestro 'dios filosófico' en Francia y tuve la suerte de trabajar en su revista Les Temps Modernes y al mismo tiempo pertenecía a una federación de ciencias sociales neomarxista, que era la ideología dominante en la universidad francesa. Me orienté en eso no solo de manera intelectual, sino también militante, porque era un momento de movilizaciones contra el imperialismo estadounidense en Vietnam. 

Yo soy hijo de esa época. La de la revolución castrista, de la lucha en contra de las dictaduras, de lo que llamábamos ‘tercermundismo’, pertenezco a toda esa época histórica  que ya ha desaparecido por la victoria del liberalismo en los últimos 30 años.
Desde finales de los años 80 los problemas se plantearon de manera diferente, porque enfrente había una situación en la que debíamos reinventar los conceptos, los paradigmas no eran iguales y teníamos que pensar esa realidad.

— Fue una época de muchos  ideales que tuvo su epicentro en Mayo del 68 en Francia. A 50 años de esos sucesos, ¿cómo los ve hoy en retrospectiva?
En  mayo del 68, los estudiantes se rebelaron en contra del Estado de bienestar, que no podía satisfacer las aspiraciones de los jóvenes, pero al mismo tiempo se veía que habíamos llegado a un punto límite. O el Estado social se transformaba en algo cualitativamente diferente o entraba en crisis y es lo que ocurrió. A partir de 1975  hasta 1978 fue la gran crisis del Estado social y la victoria del liberalismo, con lo cual la diferencia es que la rebelión de los estudiantes era dentro del Estado social para profundizarlo, mientras que ahora la gente se encuentra buscando lo que nosotros habíamos conocido, porque podías encontrar trabajo, estudiar una carrera profesional. Ahora, en cambio, los jóvenes tienen diez diplomas y no pueden construir una carrera y no tienen trabajo. Buscan lo mínimo del Estado social. La gente está luchando para conseguir recursos cuantitativos para integrarse en el sistema, mientras que nosotros estábamos luchando para conseguir recursos cualitativos dentro de un sistema donde los recursos cuantitativos existían; esa es la gran diferencia y es producto de la victoria a escala planetaria de la globalización liberal. 

— ¿Qué es la globalización liberal?
Es la generalización, más allá evidentemente de la reorganización del sistema comercial, porque el sistema productivo ha cambiado poco, pero el sistema comercial es fundamentalmente la reorganización del vínculo social.

Antes teníamos un vínculo social estable dentro del marco del Estado-nación, dentro de una situación histórica en la que el papel del Estado era de árbitro, que podía orientar la economía para luchar en contra de las desigualdades, mientras que ahora el Estado es cada vez  más importante cuando no es el vector de esa recomposición, de ese vínculo social. Hablo de la sociedad occidental, aunque veo que en América Latina la situación no es muy diferente, porque ahora vemos que las democracias no han resuelto los problemas sociales de la gente; al contrario, han profundizado las desigualdades. No digo que antes era mejor, pero la cuestión social sigue siendo la cuestión  esencial en América Latina, África, Europa e incluso en Asia.

— ¿Cree que vivimos en ‘tiempos de sombras', como años atrás dijo Tzvetan Todorov en una charla que compartió con usted en España? 
Yo diría que ahora, probablemente mucho más que antes, vivimos una época de profunda regresión. Es una regresión social, identitaria y política.

Regresión social, porque la situación ahora es mucho peor que la de los años 80 o 90. Los sueldos han bajado, el empleo está en crisis. La revolución tecnológica no ha aprovechado a los más débiles. Las desigualdades entre los países ricos y los pobres se han profundizado.
A nivel político la situación es peor, porque estamos en una época caótica en la que el imperialismo, el más brutal, se ha vuelto algo banal.

Se invaden y destrozan naciones enteras y nadie levanta la voz. Basta con ver la actual estrategia de Estados Unidos en el mundo. Es una cosa bastante surrealista lo que está pasando y al mismo tiempo los estados han perdido el control frente a las grandes empresas multinacionales. El control político hoy no tiene peso frente a esa economía mundial contra la que no puede hacer nada. No es una crítica al mercado, que me resulta absolutamente necesario, pero creo que lo político ha desaparecido, porque no tenemos posibilidades de orientar para equilibrar el desarrollo económico a escala internacional.

Hemos tenido una crisis tremenda en 2008 que ha provocado 22 millones de parados en Europa y no hubo una verdadera reforma del sistema financiero internacional, absolutamente nada.

Por otro lado, esa situación social y política está provocando reacciones identitarias que hacen que por doquier surjan los extremismos identitarios, nacionalistas y religiosos. Hay una banalización del racismo, de la xenofobia, indiferencia frente a la situación de pobreza de parte importante de la población mundial. Es un periodo de regresión, pero bueno, al mismo tiempo no pierdo la esperanza. Yo siempre he compartido aquella famosa  frase de Hölderlin que dice: “Donde hay la más profunda desesperanza, obligatoriamente nace también la esperanza" y nuestro papel como intelectuales es ayudar para que esa esperanza pueda volver y que movilice a los jóvenes.

— En un panorama donde parece que todos hacen oídos sordos a los problemas, ¿cuáles cree que son las medidas más inmediatas a tomar? 
Tenemos tres grandes crisis. Una económica y para ello creo necesario introducir reglas elaboradas por la comunidad internacional y no solo dentro del marco del FMI, que obedece a los países más ricos y, en este caso, a Estados Unidos, que tiene allí la mayoría de los votos. Creo que al FMI hay que suprimirlo o, en todo caso, replantear su función y hacer de ese foro uno de desarrollo de la riqueza planetaria y no como lo es ahora, de austeridad y de defensa de los países más ricos.

El segundo elemento crítico es el modelo de sociedad. Estamos viviendo lo que podemos llamar un capitalismo tardío, el de última instancia, que está dedicado a la búsqueda del provecho y que no tiene nada que ver con el capitalismo civilizado, porque hubo un capitalismo así a partir de la Segunda Guerra Mundial hasta el año 1978, todo lo que llamamos el keynesianismo, en el que el papel del Estado era de equilibrio entre la riqueza y la pobreza. Tenemos que pensar cómo podemos reconstruir el sistema económico internacional planteando, además, una cuestión nueva, que es la destrucción del medioambiente que este sistema está llevando a cabo, porque  la destrucción del planeta no viene de los ciudadanos, es producto de este sistema, que considera a la naturaleza como una presa que puede usar con plena libertad.

Y hay una tercera cuestión que es muy importante para mí, a nivel humano, en este sentido que es la mirada que tenemos del resto del mundo.

El crecimiento demográfico es absolutamente enorme. La franja subsahariana del continente africano tenía en 1992 unos 600 millones de habitantes y ahora tiene 1.200 millones y en 2050, es decir, dentro de algunos años, 2.000 millones de habitantes. En un contexto en el que esa gente no puede quedarse en su país, porque las desigualdades son enormes, porque es un continente que no se ha desarrollado en los últimos 40 años. Hay crecimientos económicos, pero no es un indicador de desarrollo. Es un indicador de riqueza para las capas que están integradas en el sistema, pero no para la totalidad de la población.  Entonces estos tres grandes problemas generarán más desplazamiento de poblaciones. 

Las crisis medioambientales ya han generado 22 millones de inmigrantes climáticos y la ONU estima que para 2050 sean 200 millones de inmigrantes climáticos que procederán de África subsahariana, de Asia y de América Latina; estos tres continentes van a  contribuir a desarrollar los flujos migratorios, inevitables, porque la gente, evidentemente, cuando no tiene para comer, se desplaza. Es absolutamente normal. Mientras que los países occidentales no prevén nada y cierran sus fronteras. Creo que estos son los tres grandes desafíos que debemos afrontar en la actualidad. 

Una voz autorizada en Europa 
Naïr tiene una trayectoria intelectual y profesional reconocida en toda Europa

Sami Naïr nació  el 23 de agosto de 1946  en Tremecén (Argelia),  pero al poco tiempo su familia se trasladó a Belfort, Francia, donde pasaría su niñez y adolescencia.

Es politólogo, filósofo, sociólogo y catedrático, especialista en movimientos migratorios y creador del concepto de codesarrollo.
Fue  asesor del Gobierno de Lionel Jospin de 1997 a 1999 y europarlamentario hasta 2004; es catedrático en Ciencias Políticas y director del Centro Mediterráneo Andalusí (CMA) de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.

Durante los años 80 dirigió las publicaciones de Les temps modernes junto a Simone de Beauvoir y de l’Evenément européen con Edgar Pisani. Es columnista  de varios diarios: Le Monde, Libération en Francia, El  País y el Periódico de Cataluña en España.