Felipe Cuevas Ruiz obtuvo mención de honor en segunda versión del Premio Internacional de Novela Kipus

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5 de enero de 2019, 4:00 AM
5 de enero de 2019, 4:00 AM

Tuve el raro privilegio de asistir al proceso embrionario de La agonía de las dahlias. Su autor, Felipe Cuevas Ruiz (México, 1972) solicitó mi opinión sobre su inédito, cosa que, como entusiasta lectora de su trabajo previo, me halagó e inquietó a un tiempo. La piel acerba, su primera novela, es grande en calidad, pero también en dimensión: no concibe escribir novelas que no rebasen las quinientas páginas.

Como otras grandes novelas incógnitas, tuvo la mala pata de publicarse en el lugar y momento equivocados, por lo que se ha vuelto prácticamente inconseguible. Al poco de devolverle su original, comentado y anotado con signos de admiración –de alarma, más bien–, perseguida en pesadillas por sus personajes tan desmesurados como sus apellidos, equilibristas de la sobrevivencia, La agonía de las dahlias resultó ganadora de una mención honorífica en el Premio Internacional de Novela Kipus, y recién ha sido hermosamente publicada por la propia editorial Kipus, de Bolivia. Es asombroso que nadie pusiera el grito en el cielo ante su brutalidad, como han hecho algunos editores mexicanos… aunque no descarto que sea la razón por la que se le escatimó el primer lugar.

Lo extraordinario de las novelas de Cuevas es su instinto para impedir que lo escatológico rebase lo que conocemos como “realismo sucio”, así como la originalidad con que aborda la trama criminal, sin encajar en el canon de la “narcoliteratura” atribuida de forma exclusiva –¡y errónea!– a autores de la frontera norte.

Pese a ser profundamente mexicanas, La agonía de las dahlias, así como La piel acerba, pertenecen a esa categoría resbaladiza del género negro por el que se deslizan Bret Easton Ellis o Chuck Palahniuk. Inevitablemente relaciono a su imborrable protagonista, un ingeniero sueco de nombre Elías Petersson, dandy narcisista y manipulador, con el Patrick Bateman de Psicópata americano. Y aunque Elías no sea asesino serial, es un psicópata en toda regla al que sólo le preocupa su satisfacción, capaz de bajezas tales como permitir que su mujer, Alicia, quien se ve forzada a perpetrar un crimen junto con los hombres que la secuestran, se pudra en la cárcel. A partir de ese momento recibe abundante correspondencia desde la prisión, de inquietante contenido, que jamás responderá, pero que conforma una historia paralela, carcelaria; una especie de lado B que hace de esta una novela polifónica.

Acosado por su hermosa e inescrupulosa jefa, y tras un escándalo que estalla en Ericsson, compañía para la cual trabaja, opta por abandonar su sofisticada vida citadina y empezar de cero en un ámbito rural; en un pueblo michoacano que mucho dista de ser un espacio seguro. Allí lo alcanzarán las perturbadoras cartas de Alicia y coincidirá con unas enigmáticas hermanas, Dahlia y Francisca, marcadas por un trauma infantil, involucrándose con ambas más allá de lo carnal.

Las hermanas, de inteligencia e intuición sobrenaturales, manipulan sutilmente –a veces no tanto– a los miembros del crimen organizado que asuelan el territorio del que son dueñas y señoras. Las relaciones entre Elías y las mujeres de su vida se ensamblan con aparente espontaneidad, porque hasta Alicia, desde la cárcel, también mueve los hilos de la existencia de su marido que, inmune al amor, no lo es a otros aspectos de estas relaciones que pudieran calificarse de “complicidad erótica”. Elías se aferra en forma desesperada –y estratégica– a las mujeres para nutrirse en más de un sentido.

Felipe Cuevas es de los pocos autores mexicanos más interesados por el fondo que por la forma. No pretende ser un esteta del lenguaje. En todo caso, esteta de lo sórdido, como Bolaño; o un poseso, como García Ponce, cuya narrativa ofrece la impresión de un extenso lienzo donde se plasman las más sugestivas imágenes, una encima de otra, brincándose florituras y eufemismos. Se trata, ha dicho el propio Cuevas Ruiz, de matar el morbo con el arma de la reflexión. Todo lo anterior me lleva a preguntarme si estará destinado a ser un raro de la literatura mexicana, como en su momento lo fue Tario, por poner sólo un ejemplo.

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