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19 de enero de 2019, 4:00 AM
19 de enero de 2019, 4:00 AM

Ponerme a recordar Bolivia hace 20 años en mi contexto es un ejercicio complejo de memoria, pues la invitación a colaborar con EL DEBER en el 20.° aniversario de Brújula me trajo un desafío físico, es decir, ejercitar el músculo de la memoria y hacerlo coherentemente, interesante y con pocas palabras. Mi inicio se dio en 1989 cuando realicé mi primera exposición colectiva y posteriormente mi primera individual en 1991 en la Casa de la Cultura Raúl Otero Reiche. En un momento para la cultura muy distinto al actual.

La competencia y el reto en ese entonces eran ser escogido y tener la capacidad de llevar a cabo obras de gran formato para las bienales latinoamericanas de arte. El modelo de bienal internacional sigue vigente, pero el contexto ha cambiado mucho y nuestra posición en el circuito, también. El arte contemporáneo institucional existe desde los festivales DADA, que organizaba el Goethe en La Paz en los 80.

Pero, de alguna manera, al final de esa época de transformación se inició una nueva, de alguna manera impulsada por el proyecto Artefacto que organicé en Santa Cruz en 1998 y que dio paso a una diversidad de proyectos tanto institucionales como independientes que se han generado en el escenario del arte contemporáneo desde entonces.

El año 2001 generamos el primer proyecto de workshop (taller) Internacional de artistas contemporáneos denominado KM0 2001, bajo el modelo de los workshops que organizaba el Triangle Art Trust (www.trianglearttrust. org). Esta experiencia inédita en Bolivia generó un detonante de energía positiva y activismo en los artistas y gestores participantes de ese momento, muchos de ellos luego formaron otros emprendimientos colectivos de pensamiento artístico y agrupaciones que luego, con el tiempo, fueron evolucionando en es pacios físicos y espacios de discusión para los artistas contemporáneos del país. Un ejemplo es el Martadero en Cochabamba, que en sus inicios fue el espacio que albergó el Conart, primer proyecto de bienal de arte contemporáneo en Bolivia, creado por Angelika Heckl y el colectivo NADA hasta el día de hoy vigente y activo.

Algo que me parece importante resaltar de esa época es que el Martadero nació no de una necesidad de espacios físicos para la cultura, sino principalmente de la necesidad de generar plataformas de educación y pensamiento crítico sobre las obras y los procesos, algo por lo que realmente seguimos luchando. Con la conciencia clara de que la educación es necesaria para el desarrollo de la cultura, se iniciaron en ese entonces dos programas de estudios de arte a nivel técnico y a nivel de licenciatura en Santa Cruz, dando un giro a la carencia de las mismas. Lamentablemente, una de ellas cerró un tiempo después, pero la actual carrera de Arte de la Universidad Gabriel René Moreno sigue en pie, actualmente, y, de alguna manera, ha formado a la gran mayoría de los artistas de la ciudad.

A pesar de la efervescencia que se sentía (o que, por lo menos, algunos sentíamos, en relación a miradas más abiertas sobre el arte), muchos artistas se frustraron y se fueron del país o, simplemente, dejaron la práctica artística.

Esto se dio por la inexistencia de polí- ticas de arte en el país o porque no se podía vivir de este oficio. Lo complicado del problema es que ahora que pasaron 20 años aún seguimos protestando por lo mismo. Claro que hubo cambios e iniciativas durante este tiempo, pero no han sido suficientes, o por lo menos no han sido lo suficientemente efectivas para competir a la velocidad con la que se mueve el mundo, y como resultado nos hemos ido quedando en un total aislamiento cultural, en el que la imagen populachera y andinista se devora el poco interés que existe en la cultura boliviana. ¿Cómo se proyecta el futuro? Todo depende de cómo entendemos el futuro, creo que estamos mucho más preparados para afrontar este siglo XXI desde hoy, pero al mismo tiempo creo que falta que nuestras autoridades puedan entender el rol importantísimo que las artes juegan en nuestro desarrollo como agente de cambio y transformación social; una vez que esto sea entendido de manera responsable, quizás podamos consolidar una verdadera revolución artística y cultural en el país.

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Queremos un solo país

Fernando Figueroa

in lugar a dudas Bolivia ha sufrido profundas transformaciones en todos los ámbitos. Influenciada por los avances tecnoló- gicos, casi todas las personas estamos interconectadas. Era algo impensado, pero es una realidad que va cambiando y modificando nuestras relaciones personales, nuestra forma de comunicación cotidiana.

Pero aun así, las tarifas por los servicios de internet y telefonía siguen siendo caras, pero son una necesidad y no es raro que haya más teléfonos móviles que ciudadanos.

Al igual que los avances tecnológicos, son parte de nuestra vida diaria. Debemos mencionar que en cuanto a legislación hemos tenido progresos fundamentales en lo que respecta al ejercicio de derechos. Sin embargo, aún existe debilidad en cuanto a dar respuesta a las víctimas de la violencia y el maltrato, por ejemplo. Existe una debilidad institucional que no va acompañada con lo que la norma dicta, exige y sanciona. Y esa es una tarea fundamental de todos los gobiernos del Estado. Crear mecanismos para erradicar la violencia contra la niñez y las mujeres, efectivizar la lucha contra el racismo y todo tipo de discriminación.

Generar oportunidades económicas para que jóvenes, mujeres y hombres, puedan emprender sus propios negocios y diversificar la economía local, es un reto fundamental en la actualidad que nos permite luchar contra la inequidad, la pobreza, la exclusión y la marginalidad. Si bien hace 20 años teníamos los mismos problemas, el futuro se nos proyecta complicado, incierto hasta cierta medida, porque no estamos tomando las medidas correctivas en la actualidad para que nuestra sociedad tenga un equilibrio en los ámbitos social, económico y medioambiental. Seguimos profundizando las brechas entre una minoría que tiene mucho frente a una población que subsiste diariamente, provocando desesperanza y angustia colectiva, incertidumbre.

Bolivia está viviendo un proceso de urbanización acelerada. Los datos y proyecciones del Instituto Nacional de Estadística (INE) lo demuestran. Repensar la sociedad boliviana implica compromiso y voluntad política, el compromiso ciudadano, respeto a las normas y el ejercicio pleno de derechos. Ante esto, ya podemos ir creando escenarios para no llegar a conflictos o desequilibrios que afecten a las personas.

La tarea es complicada, es grande. Pero todo esfuerzo es necesario e implica la voluntad política de la sociedad en su conjunto. No necesitamos más retórica. La realidad golpea constantemente nuestros bolsillos y es importante que el futuro/presente se lo tome con responsabilidad y compromiso. Queremos una sociedad donde el crecimiento económico esté acompa- ñado de medidas que favorezcan a la ciudadanía, sí. Queremos un país donde la coherencia y la institucionalidad se respeten; que haya políticas, planes, programas y proyectos de fomento a la actividad artística cultural, el fomento del emprendedurismo y generación de empleo y oportunidades para todas y todos; desarrollarnos en sociedades que respeten el medioambiente y vivan en armonía, sí. Queremos y aspiramos muchas cosas, cada cual, desde su realidad, desde su contexto. Pero todas y todos queremos un país, un solo país, del cual nos sintamos orgullosos.

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Soñar construye el futuro

MARCOS MALAVIA

1999 era el año que ponía punto final a un siglo, del cual nuestra civilización salía dolida, martirizada. Jamás el hombre en su historia había sido la causa directa de la muerte de tantos seres humanos, muertes justificadas ideológicamente. Si hace 20 años vivíamos ese último suspiro del siglo XX, un sentimiento de no saber qué podría depararnos el nuevo siglo que debería comenzar nos acompañaba.

Tantas teorías circularon, tantas falsas alarmas se dieron, hasta el estilista Paco Rabanne hizo su predicción de que el 11 de agosto de ese año sería el día del apocalipsis, hecho que se daría después de la caída de la estación MIR sobre la tierra, pero nada de eso sucedió, el mundo siguió y sigue girando. Vieja mecánica que gira y gira infatigablemente meciendo nuestra existencia. Mientras en Bolivia el exdictador Hugo Banzer comenzaba su tercer año como presidente a la cabeza de su partido, ADN, en la sombra de la desolación y de la pobreza campesina se preparaba lo que más tarde se llamaría la ‘guerra del agua’. Primicias de un mundo diferente de un siglo diferente, de amaneceres distintos que todos anhelábamos.

Yo ese año viajé a Bolivia después de algunos años de ausencia, durante los cuales había podido amasar en Francia una experiencia valiosa en lo que es la formación de actores. El que era director de la Alianza Francesa, Xavier Ferrand, me había pedido realizar el montaje de una de mis obras, El vientre de la ballena, que yo la había dirigido en Francia; la idea generosa de este director de la Alianza Francesa era juntar actores bolivianos con actores franceses y realizar un espectáculo.

El proyecto me entusiasmó mucho, volver a montar una obra en Bolivia. Poder trabajar nuevamente con actores y actrices bolivianos era un verdadero regalo que me hacía. Cuando estuve en La Paz preparando el proyecto, tuve la ocasión de ver uno de los primeros espectáculo de Teatro de los Andes. Se trataba de Ubu rey, la representación se dio en el patio del Viceministerio de Cultura, que hoy es el Ministerio de Culturas. Cuando vi el espectáculo, tuve el sentimiento claro de que César Brie había abierto una verdadera brecha en el teatro boliviano.

También pude apreciar un espectáculo que había montado David Mondaca, que, indudablemente, es un actor que inspira. Con el fin de preparar el montaje de El vientre de la ballena fui a la búsqueda de actrices y actores y me encontré con una generación que quería apostar en su vida por el arte y el teatro, pero que estaba tan huérfana, tan sola, como gritos que se daban en una noche sin luna. Entre ellos recuerdo a Eduardo Calla, Antonio Peredo, Percy Jimé- nez, Mario Aguirre, Miguel Ángel Estellano y otros más, que bordeaban los 20 años y tenían la mirada bien puesta en el teatro. Nada ni nadie podría alejarlos de ese camino.

El único problema que se presentaba para cumplir ese sueño era que no tenían dónde poder formarse, dónde poder encontrar las herramientas para cumplir su deseo de consagrar su vida a este arte. Los pocos talleres a los cuales podían asistir eran como un elíxir efímero que los alimentaba muy poco y no calmaban su sed. Fue durante el montaje de esta obra que me vino la certitud de que era necesario que Bolivia se dotara de una escuela, que podría profesionalizar los actores. Recuerdo haber visitado a la viceministra de Cultura de esa época, su nombre no lo recuerdo (será por la indiferencia y la poca atención con la cual me recibió y acogió la idea de abrir una escuela de formación profesional para los actores, es probable).

Saliendo de esa entrevista me convencí de que si llegara a existir una escuela de teatro con todas las de la ley, no vendría de las instituciones ministeriales, esto sería posible únicamente si los artistas se ponían manos a la obra. La producción de la obra se pudo poner en pie y llegamos a constituir un equipo que reunía actores franceses y bolivianos (Marta Monzón, Miguel Basil, Miguel Ángel Estellano, Antonio Peredo, Mario Aguirre, Eduardo Calla, Gabriel Gaubert, Muriel Roland), también organizamos un equipo técnico que trabajo con el escenógrafo Érick Priano, que me acompañaba; una verdadera dinámica de creación alimentaba nuestro trabajo. Pero, sobre todo, era el signo claro de que más adelante había que hacer todo lo posible para que esa generación de actores encuentre un lugar donde alimentar su arte. Eso fue hace 20 años, Evo Morales era aún el dirigente del sindicato de cocaleros que luchaba por la igualdad y el respeto de su sector y nadie pensaba ni se imaginaba que habría un Estado Plurinacional.

En Santa Cruz eran pocas y casi simplemente ocasionales las obras de teatro que podían verse. A nosotros nos tomó cuatro años de esfuerzo para que, en marzo de 2004, la Escuela Nacional de Teatro abriera sus puertas y acogiera a casi todos aquellos que me acompañaron en la creación de la obra y que hoy dedican su vida y sus esfuerzos cotidianos al teatro, a la cultura. Algunos tienen sus espacios de trabajo. Ahora llevan otra lucha, la de tener la consideración de las autoridades que deciden y que manejan el dinero de los contribuyentes, es decir, el dinero de todo el mundo, de todos los ciudadanos, pero que a veces lo hacen como si fuera suyo, sin tomar en cuenta las necesidades de los que representan y por quienes fueron elegidos ‘democrá- ticamente’.

Hoy viven otra pelea noble, la de buscar una formación académica, la de ser escuchados, ser considerados, ser tomados en cuenta y, sobre todo, que les den el espacio necesario para ejercer su profesión. La Escuela Nacional de Teatro, este año, va a ser quinceañera, ya varias promociones han salido de la institución y han copado, poblado, de una cierta manera, el espacio teatral, principalmente en Santa Cruz, donde, para la gran suerte de esta ciudad, los estudiante que vinieron de otras ciudades y países a estudiar teatro decidieron quedarse y realizar sus sue- ños artísticos en esta urbe.

Si debemos soñar para construir el mañana, creo que muchos de ellos, como yo, soñaríamos con espacios de teatro adecuados que puedan acoger las obras de esta generación de artistas, de esta forma el municipio aprovecharía esta ocasión única de tenerlos como aliados, para desarrollar la cultura y el arte, es decir, la vida. Toda una generación de actrices y actores que lo único que piden es que los tomen en cuenta, que aprovechen de sus capacidades en el oficio, por el bien de la sociedad y del desarrollo humano.

Si soñar construye el futuro, podríamos imaginar que la Alcaldía tendrá su propio elenco permanente de teatro, que podrá hacer una temporada y contar con un repertorio, con artistas asalariados que tengan como preocupación principal realizar espectáculos que permitan agrandar la visión y la esperanza del ser humano, de hacer que el teatro sea un verdadero instrumento de construcción de la sociedad moderna como lo fue en su tiempo para los griegos Sófocles, Achiles y Aristófanes.

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Esos fantasmas tan reales

EDMUNDO PAZ SOLDÁN

Veinte años atrás me preguntaba cómo había podido llegar a la Presidencia a través de elecciones un exdictador como Hugo Banzer y cómo era que esos polí- ticos que habían luchado contra él y hablaban de que ‘ríos de sangre’ los separaban terminaron plegándose. Pensaba que, desde la literatura, debía intentar entender la construcción de nuestra democracia sobre cimientos dictatoriales. Hoy me pregunto en qué momento el ‘proceso de cambio’ tan ambicioso de Evo Morales, que rediseñó el marco constitucional del país y produjo entusiasmo en sus primeros años, perdió el camino y se enfangó en la corrupción, en la ruptura de la Constitución y en el desconocimiento de la voluntad popular. Pienso, nuevamente, que algunas respuestas pueden darse desde la literatura. Soy optimista en cuanto al futuro: confío en la capacidad de nosotros mismos para librarnos de esos fantasmas tan reales que nos apresan.

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