Una de las primeras barreras con las que se encuentra un mujer en la literatura es poder ser leída sin la sombra del género. Seis escritoras analizan las barreras a las que se enfrentan

El Deber logo
8 de diciembre de 2018, 4:00 AM
8 de diciembre de 2018, 4:00 AM

La larga sombra del machismo se extiende sobre el mundo literario en América Latina. Muchas veces es una silueta difuminada, a duras penas perceptible, pero en otras ocasiones tiene un claro contorno, abundante contraste, y se reconoce perfectamente. “Cuando terminé Leopardo al sol (Alfaguara, 1993) un editor me dijo: ‘Está bien pero parece escrita por un hombre”, cuenta la colombiana Laura Restrepo sobre una novela que se adentra en la violencia entre clanes de su país. Hace más de cuatro décadas que Margo Glantz (Ciudad de México, 1930), premio FIL Guadalajara 2010, logró que se publicara una de sus obras de ficción.

Eran los años 70 y había esquivado en más de una ocasión los desprecios a su obra. “Mis primeros libros nadie los quiso publicar. Era profesora de universidad y solo querían ensayos. Rechazaban los de ficción y en parte se debía a que era mujer. Mi siguiente obra también la tuve que pagar a cuenta de autor”, señala. También sonaba extraño que Nona Fernández (Santiago de Chile, 1971) se adentrase en la historia política chilena en sus novelas, en lugar de abarcar los temas que una larga tradición ha adjudicado a las mujeres. “Llegué con uno de mis libros y les gustó, pero me dijeron que por qué no escribía sobre la bulimia.

Entonces me di cuenta de que estaba entrando en territorio masculino”, cuenta la escritora, galardonada en 2017 con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Las tres han sobrepasado fronteras, han roto con los límites establecidos y se han rebelado frente a los prejuicios de la industria del libro donde también está incrustado el machismo, que ha permeado todo desde tiempos remotos.

“Hay un cielo (literario) y nosotras estamos en el purgatorio o en el limbo. Se cree que la intelectualidad es para los hombres”, añade la nicaragüense Gioconda Belli (Managua, 1948). La misoginia se resiste a abandonar el mundo de las letras donde, sin embargo, han ejercido su poder un buen número de agentes literarias como la ya fallecida Carmen Balcells. “No me gustaría que me diesen un premio por ser mujer, ni que me incorporen a una mesa porque necesitan un cupo femenino. 

No quiero ser la figurita que les arregla la fiesta. Pero tampoco me agradaría no aparecer porque no se busque a mujeres debido a que sus nombres son menos evidentes”, defiende la argentina Leila Guerriero. Se ríe Restrepo de los mecanismos de algunos autores para conservar su fama. “Es la salvación del último mohicano”, cuenta mientras sonríe.

Le divierte el juego de traspaso del prestigio en el que entran algunos escritores y del que también participan las editoriales. “Proliferan en los libros las carátulas en las que se dice que un autor es el nuevo Franz Kafka, Thomas Mann, William Faulkner o Ernest Hemingway. Nunca he leído que un hombre herede la literatura de Marguerite Yourcenar, ni que una autora escriba como Goethe”. De hecho, el último libro de Belli, Las fiebres de la memoria, que aborda la huida de un noble francés que tiene que crear una nueva identidad en Nicaragua, iba a quedar resumido en la contraportada como “una novela de amor, misterio y aventura”.

“Es producto del marketing, al final pudimos cambiarlo”, señala la autora de La mujer habitada. “Se realiza una segmentación de mercado en la que tratan de convertir nuestros libros en un producto para las mujeres, cuando en realidad yo por ejemplo tengo un buen nú- mero de lectores. Esto afecta a la visibilidad porque la crítica, casi toda hecha por hombres, compra esa idea y pasa por encima de la literatura de las mujeres”. Guerriero se sabe una excepción, una caso aislado, al no haber sufrido el “peso del género para buscar editores, ni para realizar el trabajo”. “Sé que esto no es lo que pasa en la mayoría de los casos”, añade. La de la literatura es otra batalla a vencer más del movimiento feminista. Ante la reivindicación y la lucha contra el machismo, Glantz lanza una advertencia para evitar caer en el dogmatismo: “Es fundamental que las mujeres tomen conciencia y logremos la igualdad pero no debemos caer en otra forma de fundamentalismo. Hay que evitar cosas tan ridículas como tratar de corregir la historia, cambiar el final de la ópera Carmen, dejar de mostrar unos cuadros o no representar algunas obras de teatro”.

Tags