La miniserie que emite HBO escarba en el mayor accidente nuclear de la historia y reabre el debate sobre las causas y el impacto de la tragedia hasta nuestros días

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1 de junio de 2019, 4:00 AM
1 de junio de 2019, 4:00 AM

Cuando se habla de Chernóbil se piensa en un desastre que ocurrió en los 80. El desastre más desastroso (valga la redundancia) del mundo moderno. Chernóbil era/es una ciudad situada en Ucrania, cerca de la frontera de Bielorussia. En ella estaba/está la Central Nuclear Vladímir Ilich Lenin. Más cerca de la Central Nuclear estaba/está la ciudad Pripyat, construida expresamente para albergar a los trabajadores de la planta y a sus familiares. Pripyat era considerada por la URSS como “la ciudad del futuro” ya que albergaba la fuerza industrial del país. Su población alcanzó en pocos años los 50.000 habitantes.

Tanto Pripyat como Chernóbil fueron las ciudades más afectadas por la radiación. Cuando se revisan las fechas de construcción de la Central Nuclear, descubrimos que el primer reactor nuclear se completó en 1977, el segundo reactor en 1978, el tercero en 1981 y en 1983 se terminó el cuarto reactor, que fue el que estalló tres años después. Cuando este reactor estalla, un quinto reactor estaba ya a un 70% de avance y un sexto reactor en proyecto. La Unión Soviética, en plena Guerra Fría, creía que sería el bastión de la energía nuclear a nivel mundial.

Un ejemplo del éxito de su modelo socialista. Sin embargo, en 1986 algo salió mal durante unos simulacros de seguridad (ironía) de la planta y el reactor cuatro estalló liberando niveles de radiación que provocaron el mayor accidente nuclear de la historia. Después de implementar mecanismos para intentar controlar la magnitud del desastre, la zona donde están los reactores fue cubierta con algo llamado ‘el sarcófago’, estructura de acero cuyo objetivo era/es contener la radiación.

En 2016, con un costo de $us 1.500 millones, se colocó un nuevo sarcófago cubriendo el antiguo, más seguro y de mayor resistencia. El desastre sucedió hace 33 años. Actualmente, el nombre de Chernóbil nos remite a algo pasado y lejano. Y no es así, no es ni pasado ni lejano. La revista rusa Ogionok describió acertadamente al “sarcófago” como un difunto que respira. La radiación sigue ahí, sus peligros inciertos siguen ahí, los efectos medioambientales y de salud pública aún persisten.

HBO recoge la historia de Chernóbil y la traspasa a nuestros aterrados ojos con una producción más que admirable. Chernobyl es una miniserie de cinco episodios que se puede ver a través del cable como también de su streaming HBO GO. Su creador y guionista, Craig Mazin, tomó interés cuando leyó sobre la construcción del segundo sarcófago. Mientras más investigaba más fascinado se sentía.

La historia tenía los ingredientes necesarios para capturar audiencias: drama, un poderoso conflicto, la solidaridad e indignación que despierta en partes iguales la tragedia y un desenlace abierto. Hay que reconocer que el currículum de Mazin no era muy prometedor, su carrera está compuesta por The Hangover Part II, Superhero movie, Scary Movie 3 y 4, o sea, no es el tipo de filmografía que esperarías del artífice de la oscura serie Chernobyl. Pero, así y todo, Mazin ha creado una serie inteligente, difícil de soltar y que tampoco te suelta una vez terminás los episodios.

Hay que darle reconocimiento a la dirección de Johan Renck quien se envolvió en el proyecto después de leer el guion y de recordar su infancia en Suecia cuando la nube radioactiva que viajó por el mundo impactó en su país, el primero en alertar sobre el desastre, mientras los rusos intentaban guardar ‘el secreto’ durante el mayor tiempo posible. Renck es famoso por dirigir videoclips, entre ellos Hung Up, de Madonna o dirigir algunos episodios de The Walking Dead, Breaking Bad o Vikings.

En Chernobyl, Renck dirige las escenas con mesura y con la tensión justa para que sintamos la angustia a flor de piel. Espectaculares escenas del truculento episodio inicial, o de la ceniza radioactiva llegando a los rostros de los habitantes de Pripyat o cuando se forma el bosque rojo, o las de los mineros, filmadas con estilo y belleza.

Otro de los atractivos de la serie es su reparto de lujo que incluye al enorme Jared Harris, como el atormentado Legásov, físico nuclear que encabezó las tareas de control del desastre; la pareja mítica de Lars Von Trier en Rompiendo Las Olas: el enorme Stellan Skarsgård, interpretando a Boris Shcherbina, vicepresidente del Consejo de Ministros de Mijaíl Gorbachov quien fue el encargado de la gestión de la crisis y la enorme Emily Watson como la doctora Ulla na Khomyuk, el único personaje protagónico ficticio. La recreación de la época, de los edificios, de la planta, de las situaciones es notable, han cuidado el detalle para que reconozcamos algunas imágenes de las tan publicitadas fotos postdesastre que hay de Chernóbil en las redes o de las imágenes de los paseos turísticos (turismo nuclear) que se organizan dosí- metro en mano a algunas áreas.

La serie comienza mostrándonos a Legásov y su destino final, luego va un par de años atrás, hacia el fatídico día y se desarrolla un relato cronológico de lo que sucedió. Por un lado, se tocan las entretelones políticos: las reuniones de gabinete con Gorbachov que llevaba un año y pico como presidente tratando de lidiar con el horror a través de un sistema burocrático. Por otro lado, la parte científica tratando de encontrar respuestas y soluciones y, finalmente, el tema humano, la gente afectada por la radiación, los que luego dieron u vida para impedir que el desastre sea mayor. Chernobyl no escatima en mostrarnos con crudeza las consecuencias físicas de la radiación o la inoperancia en gestión de crisis de las autoridades soviéticas.

El hombre destruyendo al hombre. Ya lo hizo en su momento la escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich, ganadora del nobel de literatura, en su libro Voces de Chernóbil. Un recuento de alrededor de 90 desgarradores testimonios que se lee con el corazón encogido.

El libro tiene un montón de datos que, para los que hemos tenido la suerte de leerlo, nos contextualiza aún más lo puesto en pantalla. Es difícil no cazar algunas imágenes del libro con las que muestra la serie televisiva. Hay personajes o si tuaciones fácilmente identificables, porque tanto el libro como la serie se basan en una recogida de información real. Pero la serie solo tiene cinco episodios para contar lo que Svetlana contó en 400 páginas. Bajo esa mirada, el guionista ha hecho una labor inmensa al compactar todo lo que ocurrió y transmitir la magnitud del hecho en pocos capítulos.

Porque Chernóbil es oscuridad, lo que uno lea o vea sobre Chernóbil es la oscuridad que te envuelve cuando sabés que ‘la ciudad futuro’, la que crecía a pasos agigantados en cuanto a desarrollo y a cantidad de habitantes, hoy es la ciudad con cero habitantes, testigo mudo de un pasado terrible, sarcófago gigante de muchos muertos que ni siquiera han sido realmente contabilizados, y que esconde en sus márgenes al ‘muerto que respira’, que si osara levantarse le haría pagar caro a la humanidad tanta soberbia, tanta negligencia. La serie de HBO, por supuesto, te deja en shock, con ganas de olvidarla, y robándole una frase a la esposa de un liquidador que brinda su testimonio en Voces de Chernóbil, querés limpiarte tanto dolor y volver a ver al mundo con ojos de niño.