Peleas, canciones perfectas y el ocaso de la banda más grande de la historia, que dio el último concierto de su historia en la terraza de Apple, ante la atenta mirada de la policía británica

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2 de febrero de 2019, 4:00 AM
2 de febrero de 2019, 4:00 AM

“Siempre me sentí decepcionado por la policía”, contó Ringo Starr. “Cuando subieron a la terraza, yo estaba tocando y pensé: “¡Oh, genial! Espero que me arrastren. Nos estaban filmando y se habría visto realmente genial, pateando los platillos y todo”, se refirió el baterista a la situación a la que llegaron Los Beatles, la banda más grande de la historia, el mediodía del 30 de enero de 1969 La locación se decidió apenas un par de días antes del show. Aunque en principio se había pensado en hacerlo en las pirá- mides egipcias, un anfiteatro romano y hasta en el transatlántico Queen Elizabeth, el hastío del grupo había llevado a simplificar las cosas.

Así llegaron hasta la terraza del edificio ubicado en el número 3 de Saville Row, las oficinas centrales de Apple, el sello que habían montado dos años atrás para darle difusión a nuevos artistas y consolidar una asociación que los exceptuara de pagar los impuestos astronómicos que le exigía la corona. En noviembre habían lanzado The Beatles –más conocido como el Álbum blanco-, un disco que había terminado por descomponer la dinámica del grupo, dejándolo al borde de la separación. Volver al estudio a poco menos de tres meses de ese experimento doble, hermoso y en el que expusieron todas sus miserias, parecía poco atractivo.

La solución que buscaron para volver a ser era sencilla: un regreso a los orígenes, tocar canciones de forma cruda, sin sobregraciones ni experimentaciones, y ver si la química entre los integrantes del grupo seguía funcionando. La idea les había funcionado unos meses atrás cuando grabaron el video de Hey Jude, en el que el grupo disfrutó de reencontrarse en vivo.

Las sesiones del disco comenzaron lejos de casa. Se mudaron de Abbey Road,donde habían grabado casi la totalidad de su discografía, a los estudios Twickenham, un gran galpón, frío, despojado de alma, en el que la banda montó los ensayos y el set de filmación de la película que documentaría, tras años de mitos, la composición de un álbum Beatle y los ensayos preparativos al concierto final.

El resultado fue caó- tico desde el principio. El ambiente no le caía en gracia a ninguno de los cuatro. Acostumbrado a las largas sesiones nocturnas de Abbey Road, cumplir los horarios de la industria cinematográfica implicaba levantarse temprano y trabajar con horarios fijos. Los primeros ensayos fueron horribles. La banda sonaba desajustada y discordante. El 30 de enero de 1969 fue un día particularmente frío en Londres. Los Beatles subieron a la terraza y, como si el tiempo alejado de los escenario y la distancia afectiva, no importara, completaron un set con cinco de las nuevas canciones disfrutando de lo que –ellos sabíansería su último recital.

El show fue caótico en su armado. El equipo de filmación apenas entraba en la terraza; por el fuerte viento, los micrófonos que tomaban el sonido de amplificadores y batería tuvieron que ser recubiertos con pantimedias compradas esa misma mañana por el asistente del ingeniero de grabación, un joven Alan Parsons; y los músicos, sobre todo Len non, tenían los dedos congelados. Cuando estaban en la peque- ña escalera que daba a la azotea, Ringo Starr y Harrison amenazaron con cancelar todo. “A la mierda... Vamos a hacerlo”, gritó Lennon, mientras encaraba la puerta.

El resultado fue mágico y se convirtió en la última expresión en vivo de un colectivo artístico inigualable. Al mediodía y mientras los trabajadores de la zona salían a disfrutar de su horario de almuerzo, los cuatro Beatles y Billy Preston comenzaron a aporrear los acordes de Get Back con una fuerza espectacular. Lennon, envuelto en el tapado de piel de Yoko, interpretó los solos de guitarra con virtuosismo y carácter, McCartney cantó con todas las fuerzas y el goce de volver a los escenarios. Tras dos tomas de la canción, la banda siguió con Don’t let me down. Lennon, atravesando un periodo heroinómano, tenía dificultad para acordarse de las letras y tuvo a una asistente sosteniéndole las pancartas a corta distancia. Las risas y las miradas cómplices con McCartney los devolvieron, aunque sea por un momento, a la habitación de Liverpool donde forjaron con sangre la sociedad creativa más espectacular del siglo XX.

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